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La impericia del gobierno en el Senado dejó al desnudo una crisis que estalló con el fracaso por el rechazo a Ariel Lijo y Manuel García Mansilla, pero que tiene otros ejemplos tanto o más peligrosos. La incomprensible agenda del viaje a Mar-a-Lago.
Domingo 06 de Abril de 2025
11:14 | Domingo 06 de Abril de 2025 | La Rioja, Argentina | Fenix Multiplataforma
Las imágenes del Senado del jueves pasado son la prueba más acabada de la falta de profesionalismo que exhibe hoy la política argentina; en este caso en particular la que mostró el propio Poder Ejecutivo cuando forzó acciones que exigen sofisticación política como la renovación de una Corte Suprema sin pensar en las consecuencias del amateurismo que utiliza, muchas veces disfrazado de genialidad. El mundo está en guerra y puede cambiar de una manera dramática, pero parece que en estas tierras la noticia no se registra. La política parece no tener rumbo, pero ahora además están a la deriva los controles que deben aplicarse a los fondos que administra el Estado.
Así, a la Auditoría General de la Nación, hoy paralizada, podríamos aplicarle ese mismo diagnóstico. La falta de control sobre las cuentas del Estado entró en un proceso inédito y conocido por pocos. Los controles que se diseñaron mediante la AGN en la Constitución de 1994 quedaron desactivados esta semana también por culpa de la atomización y el estallido de las reglas básicas que deben regir el manejo político de la cosa pública. La ausencia de reglas claras quedo evidencia más que nunca en los últimos días.
Nominar y nombrar un juez de la Corte Suprema es un acto de desafío de poder en el que la Presidencia siempre debe ganar o por el contrario quedar debilitada. Ante el indicio de un fracaso siempre tiene el recurso de una retirada honrosa y el consiguiente replanteo de estrategias. Es lo que han hecho todos los gobiernos que se vieron ante la posibilidad perder en el Senado a la hora de nombrar jueces en condiciones adversas; y esto no corre solo para los “Justices” en la Corte Suprema, también para jueces federales fiscales y hasta para nominar al Procurador General de la Nación. Cristina Fernández de Kirchner lo sabe muy bien.
No hay grandeza o estrategia brillante alguna en una derrota como la que sufrió Javier Milei en el Senado; además autoinfligida por haber utilizado un camino que hacía semanas se sabía que lo llevaba al fracaso.
En esos términos no es atendible la acusación que lanza el oficialismo sobre un pacto o acuerdo entre Cristina Fernández de Kirchner y Mauricio Macri para asociarse en el Senado a la hora de derrotar las nominaciones del oficialismo para la Corte. Macri viene adelantando desde hace tiempo su rechazo a la nominación de Ariel Lijo, lo mismo hicieron radicales, seguidores de Elisa Carrió (aunque no tuvieran voto en el Senado) y provinciales de colores varios.
Si existiera un pacto de ese tipo también podría haberse acusado de algo similar al propio Milei y a Victoria Villarruel cuando como diputados votaron, junto a Sergio Massa, eliminar irresponsablemente el impuesto a las Ganancias para los trabajadores en relación de dependencia de altos sueldos, una herramienta que el kirchnerismo desplegó en la campaña en su propio beneficio.
La abrumadora cantidad de votos en contra que tuvieron tanto Lijo como García Mansilla habla de una ausencia de control total en el poroteo previo a la votación, que parece imposible de reconocer. Está claro que en la pasión por el fracaso el oficialismo no tuvo culpa sino dolo.
Los interrogantes de la política de estos días no se limitan al Senado. La visita de Javier Milei a una cena de conservadores en Mar-a-Lago, en Florida, sin tener programada en la agenda oficial una chance cierta de encontrarse con Donald Trump en momentos clave para el país y el mundo, habla de los problemas en el manejo de la vida presidencial.
Gerardo Werthein, que había viajado antes a Washington para reunirse con el secretario de Comercio de EE.UU., Howard Lutnick, quedó en el medio de una tormenta. Parecía que el Canciller había comenzado a negociar en esa reunión una flexibilización para Argentina del arancel de 10% que Trump aplicó junto con el “arancelazo”, con el que sumió al mundo en una tormenta comercial y bursátil que tiene pocos antecedentes en la historia.
Se suponía, además, que Milei traería bajo el brazo la foto con Trump (en un momento en que no esta claro si conviene aparecer tan cerca suyo) y un anuncio para aliviar a las empresas locales.
Al final no hubo nada de eso y, de hecho, se conoció que en la negociación Washington no ofrece flexibilizar aranceles para una lista de productos argentinos que se exportan a ese país, sino que pide que se incluyan productos estadounidenses que se importan en Argentina en una lista de arancel cero, para moderar a 3 % el gravamen que nos aplicó Trump. Es decir, EE.UU. pide, no ofrece. Werthein tiene mucho que explicar sobre esas conversaciones y los pasillos de la Casa Rosada ya se lo reclaman. Mucho más tras las imágenes que dejó esa cena en Mar-a-Lago plagada de selfies que ignotos personajes del mundo trumpista le reclamaron a Milei y ausente de personajes de peso real.
El mundo que diseña Trump con su discrecionalidad extrema puede volverse peligroso para cualquiera y mucho más para la Argentina, un país que ni siquiera está en la categoría de emergente y que tiene por delante un largo camino de reformas, iniciado por Milei, que necesita continuar y contar con financiamiento externo más barato. Hoy ese escenario está temblando con una crisis de mercados y comercial que amenaza cubrir las economías del mundo bajo un manto glacial. La caída del petróleo, el WTI se derrumbó casi 8% solo en un día, de la soja y hasta el oro, acompañada de las amenazas de más aranceles de país a país escalando al infinito exigen cautela, moderación y templanza. No se ve ninguna de esas virtudes por estas tierras en estos días.
La AGN es un ejemplo de nuestra ruptura política, allí el parate es total. Estamos ante una Auditoría sin auditores. El año pasado vencieron los mandatos de los tres auditores que corresponden a la Cámara de Diputados y nunca fueron nombrados los sucesores. La división de bloques en el Congreso hace imposible hoy lograr equilibrio político, más cuando La Libertad Avanza reclama lugares en la auditoría que hasta ahora se repartían entre el kirchnerismo, la UCR y el PRO.
Esta semana vencieron los mandatos de los tres auditores que nombra el Senado, también en proporción por partidos con representación parlamentaria.
Así terminan los mandaron de Alejandro Nieva, Graciela de la Rosa y Javier Fernández. Solo queda en pie Juan Manuel Olmos como presidente en representación de la oposición y a quien se le delegaron solo poderes de administración de la AGN. Es decir, Olmos preside pero es como el rey de Inglaterra, no puede decidir o firmar nada, menos un dictamen o informe de la Auditoría. Además, por si faltaba algo, Olmos se va a la lista de Leandro Santoro a competir por una banca en la Legislatura porteña.
Por lo tanto, hoy no existe forma de llevar adelante el plan de auditoría de cada área del Estado porque esencialmente no hay Auditoría en funcionamiento. El nombramiento de Olmos en la presidencia de la AGN ya había sido un hecho controversial: se nombró como jefe de los auditores a la misma persona que fue vicejefe de asesores de Alberto Fernández. Es decir, debió auditarse a él mismo, ya que las últimas Cuentas de Inversión del gobierno anterior quedaron bajo su análisis.
La política, entonces, debe ponerse de acuerdo para repartir los sillones en la AGN y ese es un problema. El kirchnerista José Mayans propuso una salida al mejor estilo K: aumentó a cuatro la cantidad de representantes de cada Cámara en la Auditoría para tener dos cargos más para repartir. En ese proyecto tambien se pide que los auditores no tengan sueldos hipersiderales sino que ganen el mismo monto que los legisladores. Otra utopía.
De todas formas ese proyecto nunca se votó y hoy sigue la guerra por los sillones de la AGN. Martín Menem exige uno en Diputados para LLA, al PRO le prometieron otro, pero tras la pelea entre Javier Milei y Mauricio Macri por los jueces del Senado parece imposible que exista algún dialogo posible. Miguel Pichetto, que tuvo su paso por la AGN, presentó una resolución en la Comisión Mixta Revisora de Cuentas del Congreso, que es la que controla a la Auditoría, para que ambas cámaras nombren a sus representantes. Solo hubo silencio.
En el Senado hay menos chances de arreglo: allí debería ir un radical, uno de Unión por la Patria y otro de partidos provinciales, pero Cristina Fernández de Kirchner no banca la situación.
Todo indica que esa parálisis continuará y se iniciará así otro camino peligroso, tanto por la falta de controles, como por la ausencia de profesionalismo, porque la casta puede abusar de los privilegios públicos en muchas ocasiones, pero en otras es necesaria para manejar el Estado. El propio Milei lo viene probando desde hace meses.
La guerra electoral recién comienza y la explosión de partidos no ayudará al diálogo. De todas formas, todas nuestras mediocres anécdotas políticas son un tema menor frente a los peligros económicos que llegan desde el mundo. Pocos parecen entender la gravedad del momento. El 2025 será un año demasiado largo.
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