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Gianni Dante Bettiga, de 23 años, viajó a Rusia en febrero de este año para estudiar el idioma. Antes de que se le venciera la visa, aplicó para hacer trabajos administrativos y así conseguir un permiso de residencia.
Viernes 07 de Noviembre de 2025
09:05 | Viernes 07 de Noviembre de 2025 | La Rioja, Argentina | Fenix Multiplataforma
A los 23 años, Gianni Dante Bettiga tenía un sueño: aprender ruso y conocer una cultura que siempre lo había fascinado. Por eso, en febrero de 2025, partió desde Ushuaia hacia Ekaterimburgo con una visa de estudiante y la ilusión intacta de convertir su deseo en realidad. Lo que nunca imaginó es que ocho meses después estaría atrapado en una guerra ajena, con un fusil en las manos y su vida pendiendo de un hilo.
Tras esos 14 días entrenamiento cerca de Moscú, Gianni fue trasladado a Donetsk, el corazón del conflicto. Allí, en territorio ucraniano ocupado por Rusia, comenzó su calvario. Sin experiencia previa, con apenas dos semanas de instrucción, fue arrojado a una guerra que no comprendía y que nunca eligió.
Su familia, en Ushuaia, comenzó a notar los silencios: los mensajes por Whatsapp se espaciaban y las videollamadas eran casi inexistentes. Su remordimiento y frustración lo llevaron a ocultarle a sus padres su verdadero destino. Recién en septiembre se animó a blanquearles la “mala decisión” que había tomado.
“Me contó que conoció a unos chicos brasileños en una salida de la facultad y que le ofrecieron un trabajo que pagaba bien. Se tenía que enrolar en el ejército y supuestamente a los tres meses conseguía la ciudadanía rusa y al año ya estaba de baja”, recordó Juan.
Su hijo le juró que lo primero que les dijo a los brasileños fue: “No quiero ir a pelear, no sé usar armas”. Y aseguró que le respondieron que se quedara “tranquilo” porque “los nuevos no iban al frente”.
“Firmó el contrato pensando que era así, pero cuando quiso irse le dijeron: ‘Vos no te podés ir, ya firmaste’. El contrato decía que podían renovarlo dos más si las condiciones bélicas lo ameritaban”, remarcó Juan, visiblemente preocupado por la integridad de Gianni.
“Imaginate que él apenas entiende en un 60% el idioma y tuvo que firmar un contrato en ruso. Ni siquiera comprendió lo que firmaba, y mucho menos se detuvo en la letra chica. Él confió en lo que le habían dicho los brasileños”, señaló. Junto a Gianni se alistaron estudiantes senegaleses, venezolanos y muchos residentes de Medio Oriente.
Una vez que tomó noción de lo que había firmado, y acorralado por la situación, intentó pedir la baja. No se la concedieron. En el frente, desertar o mostrar desinterés se paga caro. “Gianni sabe que debe resistir. Dijo que vio situaciones tremendas y no quiere que lo maten”, afirmó Juan.
Hoy, sus días transcurren entre disparos, frío y miedo junto a sus compañeros del Batallón 57. A veces logra descargar películas para distraerse, casi siempre bélicas, como si intentara comprender la absurda realidad que lo rodea.
En Ushuaia, Juan y su esposa, Carla Zucchi, viven pendientes del teléfono celular. Cada conexión de su hijo es un alivio momentáneo. Cada silencio, una tortura. El último diálogo que mantuvieron fue el 27 de octubre. Pero este lunes, a las 3.50 de la madrugada, recibió un mensaje que le dio escalofríos.
“No sé cómo, porque mis mensajes no le entraban, me llegó un mensaje de Gianni contándome que una hora después de la última vez que hablamos se lo llevaron a la línea de fuego”, señaló.
“Me puso: ‘Buen día, pa, estoy en el frente. Nos enviaron una hora después de ese último mensaje que te mandé. Hasta que no agarre wi fi no te va a llegar este mensaje. Quiero volver a la Argentina pase lo que pase. Ya no me interesa este país. Por favor, hagan lo que tengan que hacer para sacarme de acá. Te amo mucho, pa.’”, señaló el hombre con la voz entrecortada, al borde de las lágrimas.
Desesperado, escribió una carta al ministro de Defensa ruso, adjuntó estudios médicos, documentos y el contrato firmado por su hijo. Suplicó por su liberación, amparándose en el artículo 51 de la ley rusa que permite la dispensa por razones humanitarias. También acudió a las embajadas argentina y rusa, y a contactos políticos, pero las gestiones avanzan con lentitud.
El contexto diplomático no ayuda. Las relaciones entre Moscú y Buenos Aires están tensas desde que el presidente Javier Milei expresó su apoyo a Ucrania. En ese marco, la situación de Gianni se vuelve aún más compleja.
“Al día de hoy no sé dónde está mi hijo. Cancillería argentina no me dice nada y la Embajada rusa tampoco. La única certeza que tengo es que la Cancillería rusa tomó conocimiento de la carta que envié y se la iban a elevar al Ministerio de Defensa”, contó.
“Gianni eligió emigrar Rusia para estudiar por admiración cultural y religiosa, y por una atracción personal que arrastraba desde hacía años", admitió su padre. Según contó, desde chico se interesaba por la historia, la arquitectura y la religión ortodoxa rusa.
n sus redes sociales solía publicar imágenes del país, de sus templos y paisajes, y hablaba con entusiasmo de su deseo de conocerlo algún día.
Cuando terminó la secundaria en el colegio salesiano de Ushuaia, se mudó a La Plata para estudiar Derecho, pero la pandemia interrumpió sus planes. Aislado y sin poder continuar con normalidad sus estudios, decidió regresar al sur, donde comenzó a trabajar en la Legislatura provincial y a cursar de forma virtual. Fue durante ese tiempo que empezó a planificar su viaje a Rusia con más convicción.
Una noche, mientras cenaban, le dijo a su padre: “Pa, me quiero ir a Rusia”. El propio Gianni se encargó de investigar todo: buscó la carrera, la universidad y el alojamiento. “Le atraía el clima frío, como en Ushuaia, la tradición ortodoxa y la idea de vivir una experiencia distinta”, describió.
“Le gustaba ese país desde siempre, el folclore, la historia, el idioma. Todo lo organizó solo, convencido de que era su lugar en el mundo”, recordó.
Mientras tanto, en algún punto de la frontera con Ucrania, un joven argentino de 23 años sueña con volver a casa. Con escuchar el viento helado de Ushuaia, pero sin el sonido de las bombas. Con volver a ser, simplemente, un estudiante que quiso conocer el mundo; y no en este joven iluso que terminó atrapado en su peor pesadilla.
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