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Crítica de la película "La odisea de los giles": una aventura en tiempos del corralito

El nuevo filme de Sebastián Borensztein fusiona varios géneros para contar una historia de tono quijotesco.

Jueves 15 de Agosto de 2019

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11:17 | Jueves 15 de Agosto de 2019 | La Rioja, Argentina | Fenix Multiplataforma

Corre el 2001. En una zona rural de la Provincia de Buenos Aires un grupo de vecinos se reúne para armar una cooperativa y reactivar la economía local. Pero la implementación del infame corralito no solo les complica el proyecto, sino que además los transforma en víctimas de la estafa de un abogado inescrupuloso. Sin abandonar las esperanzas, esta banda de perdedores planifica recuperar el dinero y sobre todo, la dignidad.

A primera vista, la película funciona como una exponente del costumbrismo argentino, con personajes estereotipados lanzándose diálogos mordaces y ocurrentes. Pero a medida que avanza el metraje, descubrimos que la trama transita por géneros tan disímiles como el thriller, el drama, la comedia y sobre todo el western.

Sebastián Borensztein ya había incursionado en la estética rural con Koblic, su anterior filme. Aquí vuelve a apelar a los encuadres panorámicos, las secuencias en parajes campestres y las tomas elevadas sobre caminos de tierra. Además, deja de lado la solemnidad de su último largometraje para volver al humor de Un cuento chino y La suerte está echada. Lo hace, respaldado por la novela original de Eduardo Sacheri que sabe muy bien describir la argentinidad en todas sus personificaciones.

El elenco reunido para La odisea… es lo más cercano a un "equipo de los sueños" actoral que se puede aspirar en nuestra cinematografía, encabezado por Ricardo Darín, en una composición alejada de sus últimos trabajos apostando por un tono agridulce que pasea por varios estados de ánimos y secundado; Luis Brandoni quien luce todo su oficio; Daniel Áraoz siempre creíble; Carlos Belloso que apela a un personaje que conoce a la perfección; el Chino Darín que aporta frescura; la gran Rita Cortese que logra una performance de mucho carácter; y Veronica Llinás, en un papel que es pura empatía.

El villano de la historia quizás por cuestiones de coproducción recae en el colombiano Andrés Parra, quien parece desubicado en la trama, con un acento a medio camino entre el centroamericano y el argento, es un personaje desdibujado que nunca puede despegarse de la caricatura.

Técnicamente la película luce impecable, con una fotografía de tonos cálidos que aprovecha la luz solar y los tonos campestres. Visualmente sin dudas es un deleite.

Con una buena descripción de cada uno de los personajes de esta aventura coral, el visionado de La odisea de los giles deja en el espectador una buena sensación. No se trata de un guion sobre la crisis del 2001, sino de una reivindicación de la solidaridad en un contexto épico. Un filme de tono autorreferencial que nos permite mirarnos en un espejo y descubrir que detrás de cada uno de nosotros puede haber un gil pero también una buena persona. La argentinidad al palo.

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