21:33 | Domingo 16 de Febrero de 2025 | La Rioja, Argentina | Fenix Multiplataforma
Ecuador volvió a votar presidente a un año y medio de sus últimas elecciones. Ese dato, por sí solo, es indicativo de la profunda crisis que atraviesa el país desde hace años. Una crisis multidimensional que está entre las más graves de la región. Aunque a todos nos suenan algunos de sus síntomas.
La más grave es la de seguridad, que lo llevó a convertirse en el país más violento de América Latina cuando, hace pocos años, estaba entre los más seguros. La económica no se queda atrás: a pesar de la estabilidad que le dio la dolarización está desde hace casi una década hundido en un estancamiento del que no parece encontrar salida. La última fue la energética, que lo obligó a enfrentar meses de cortes programados de hasta 14 horas al día.
Atravesando todo está la crisis política. El país quedó casi asqueado de liderazgos fuertes tras la década ganada de Rafael Correa, que subido al boom de los commodities concentró el poder como pocos y, según la justicia, montó una fenomenal red de corrupción. Traicionado por Lenín Moreno, el sucesor que impulsó en 2017, tuvo que irse al exilio en Bélgica para evadir una condena a 8 años de cárcel.
A pesar de la distancia, sigue controlando a la Revolución Ciudadana, su partido. Hasta este domingo, sobrevivía como una primera minoría a nivel nacional en condiciones de superar a cualquier fuerza alternativa en primera vuelta, pero condenada a perder en la segunda ante el repudio mayoritario a su jefe.
Enfrente había una colección de partidos y dirigentes de baja estatura, incapaces de proponer algo diferente. Le pasó a Lenín, que más allá de enemistarse con Correa no pudo construir una alternativa y terminó su mandato con la soga al cuello, en medio de protestas y de una reprobación generalizada.
Y le pasó a Guillermo Lasso, el banquero que en 2021 se metió raspando en la segunda vuelta tras sacar apenas el 20% en la primera, pero que luego se impuso a Andrés Arauz, el peón de Correa, embanderado en el anticorreísmo. Dos años después, tras el fracaso de todas sus propuestas y ante la perspectiva de una destitución por juicio político, activó la “muerte cruzada”, una cláusula de la Constitución que le permite al presidente disolver el Congreso y adelantar las elecciones.
De esa semilla nació Daniel Noboa, que en noviembre de 2023 se convirtió en el presidente más joven de la historia del Ecuador, con 35 años. Es hijo de Álvaro Noboa, uno de los empresarios más importantes del país, dedicado a rubros tan diversos como la exportación de bananas y la banca, que además había intentado ser presidente en varias oportunidades, sin éxito. Le bastó aparecer en un debate presidencial con chaleco antibalas, dando respuestas claras y concisas, para posicionarse segundo en la primera ronda electoral y después vencer en el ballottage a Luisa González, la nueva candidata de Correa.
Para resolver las múltiples crisis que atraviesa Ecuador, sabiendo que tendría apenas un año y medio de gobierno, ya que debía completar el mandato de Lasso, Noboa optó por un modelo que empieza a volverse recurrente en nuestra región y en el mundo: líderes que vienen de afuera de la política tradicional, que desafían al establishment con medidas muy audaces, concentrando el poder, jugando al límite de lo legal, y muchas veces, cruzándolo.
Un modelo que centra su discurso en la fuerza. Enfocado principalmente en el combate al delito con estrategias militares, sin preocuparse por los costos. Con una concepción de la economía que plantea que el Estado no es la solución, sino un obstáculo para el sector privado. Y con un estilo comunicacional populista que propone un contacto directo, sin intermediarios, entre el líder y el pueblo, principalmente a través de las redes sociales.
Ese abordaje ha tenido éxitos y fracasos en los 14 meses que lleva de gestión, pero le permitió recuperar la iniciativa presidencial de un modo que no habían logrado sus antecesores. Eso explica que en las elecciones de este domingo Noboa haya conseguido un hito: el 44% de los votos, más que cualquier otro candidato desde el triunfo de Correa en 2013.
Sin embargo, no tuvo mucho para festejar. La sorpresa, el dato más significativo de los comicios ecuatorianos, es el resurgir de un correísmo que muchos creían muerto. Porque Luisa González, que fue por la revancha tras la decepción de 2023, también obtuvo el 44%, superando por más de diez puntos su performance anterior. Un empate que nadie esperaba y que deja el escenario abierto para la segunda vuelta del 13 de abril.
Ecuador se está haciendo una pregunta que resuena en toda la región: ¿estamos ante una nueva era de liderazgos populistas de derecha que se consolidan con sus recetas extremas ante las crisis de sus países, como podrían sugerir los casos de Milei en Argentina y Bukele en El Salvador? ¿O estamos ante un mero paréntesis, que cuando se cierre va a derivar en los clásicos caudillos estatistas que desde hace décadas dominan en buena parte de América Latina?
Por supuesto, no se pueden sacar conclusiones apresuradas ni extrapolar el caso ecuatoriano a toda la región. Pero que nadie lo dude: un eventual regreso del correísmo sería un mensaje que llegaría hasta el último rincón del continente.
El método Noboa bajo la lupa
Para entender el resultado paradójico de estas elecciones es necesario comprender la gravedad de las crisis que atraviesa el país, y las inconsistencias que tuvieron las respuestas de Noboa. El ejemplo más claro lo ofrece la política de seguridad.
Para dimensionar el fenómeno de la violencia: Ecuador pasó de 994 homicidios en 2018, que suponen una tasa de 5,8 cada 100.000 habitantes, a 8.221 en 2023, una tasa de 45,7 cada 100.000, la más alta del continente. ¿Qué hizo Noboa? Al asumir anunció un misterioso Plan Fénix cuyo contenido nunca especificó y que no parecía dar ningún resultado. Cuando las organizaciones criminales iniciaron una ola de ataques terroristas nunca antes vistos, declaró el conflicto armado interno y militarizó el país.
Ese enfoque radical, de mano dura, contribuyó a contener la violencia al comienzo. Los homicidios bajaron, aunque hubo un repunte en los últimos meses del año pasado, que cerró con 6.964. Una disminución importante, pero que deja a Ecuador con 38 homicidios cada 100.000 habitantes, la segunda tasa más alta de su historia. Con el agravante de que enero acabó con más de 700 asesinatos, el número más alto en mucho tiempo.
La militarización no estuvo nunca acompañada de una batería de medidas consistentes. Noboa estuvo siempre más preocupado por la imagen y los mensajes cortos y contundentes para viralizar en redes sociales que por avanzar con un programa integral.
Y el correísmo lo aprovechó. Poco importa que la causa de fondo de la violencia es que durante los años de Correa se le abrió la puerta a muchas organizaciones criminales para que sacaran a través de Ecuador la cocaína producida en una Colombia mucho más vigilada. Algo muy parecido a lo que sucedió en la otra frontera colombiana, con Venezuela, donde grupos como las FARC y el ELN operan con la protección de las Fuerzas Armadas chavistas.
Figuras como Noboa, que tienden a polarizar por esa tendencia a la concentración del poder, generan oposiciones duras. Por eso el correísmo, con su líder manejando todo desde Bélgica, pudo presentarse como la resistencia ante el autoritarismo. Y ahora cosecha los frutos del enojo y la decepción con el presidente. No sabemos si le alcanzará para ganar, pero le permitió subir considerablemente su piso.
La lección es clara. Los populismos de izquierda dejaron una huella muy profunda en los países de la región en los que hicieron pie. Esa huella se puede convertir en un pantano en el que se hunda cualquier proyecto alternativo que no sea capaz de presentar una alternativa eficaz.