Opinión

De la Rúa, un demócrata al servicio del país y leal a sus convicciones

Miércoles 10 de Julio de 2019

De la Rúa, un demócrata al servicio del país y leal a sus convicciones

Por Eduardo Duhalde

La desaparición física de Fernando de la Rúa nos abre a un espacio de reflexión obligado sobre los últimos 50 años de la historia argentina.

Destacado dirigente juvenil en su Córdoba natal, su primera aparición en la escena nacional lo tiene como protagonista en las elecciones de 1973, en las que es elegido senador por la Capital Federal, y se convierte en el único radical que en esos comicios vence a un candidato del Partido Justicialista.

Ese triunfo lo catapulta a los primeros planos de la política y le vale la candidatura a vicepresidente de la Nación, acompañando en la fórmula a Ricardo Balbín. Desde ese momento en adelante, la política argentina lo tuvo siempre como protagonista.

Hombre de convicciones sólidas y marcada fe democrática, demostró en sus diversos períodos como senador y diputado nacional sus capacidades legislativas, su conocimiento de los entresijos de la política nacional y su enorme lealtad a sus convicciones, que lo llevaron a ser una valiosa herramienta del gobierno de Raúl Alfonsín, con quien colaboró intensamente desde su cargo como presidente de la Comisión de Asuntos Constitucionales del Senado.

Elegido jefe de gobierno de la ciudad en 1996, su desempeño en ese cargo lo expuso como un administrador eficiente y honesto y le valió la candidatura a la presidencia de la Nación. En las elecciones presidenciales del 24 de octubre de 1999 la fórmula De la Rúa-Álvarez triunfó, llevándolo a la primera magistratura.

Su gestión se inició enmarcada en una enorme expectativa de cambios positivos, ya que el país, desde el final del gobierno anterior, había entrado en un ciclo recesivo que exigía cambios de fondo.

Su estilo reservado, poco expansivo y nada amante de la espectacularidad ("dicen que soy aburrido" fue una de las frases ícono de su campaña) fue, en un principio, valorado positivamente frente a los gestos espectaculares a los que nos tenía acostumbrados el gobierno anterior, pero se fue llenando lentamente de contenidos negativos.

Su adhesión sin cortapisas a la convertibilidad, que ya desde el final del gobierno del gobierno anterior daba claros síntomas de agotamiento, el déficit fiscal que heredó y que se financiaba con un elevado nivel de endeudamiento externo y se combinó con un aumento de la recesión económica generaron un creciente ambiente de descontento social. Ese clima se acrecentó con las decisiones de la breve gestión de Ricardo López Murphy como ministro de Economía y el nombramiento de Domingo Cavallo como su reemplazante.

De allí en más, todo fue desbarrancándose. Junto a Alfonsín constituimos por esos días el Movimiento Productivo Argentino y elaboramos un plan, que le presentamos junto con las dos CGT, con la idea de apoyar al gobierno si este decidía abandonar la convertibilidad y dar lugar a un plan que liberara las fuerzas productivas del país, a las que el corsé del uno a uno paralizaba de manera ya insostenible.

Sea por el estrés propio de los tiempos que vivíamos, sea por el cansancio de las largas jornadas, sea por algún tipo de depresión causada por los sucesivos fracasos, lo cierto es que nos encontramos en ese momento, en las pocas veces que tuvimos acceso a él, con un De la Rúa dubitativo, ausente, más un espectador que un protagonista de los dramáticos hechos que vivía el país. En pocos días las protestas callejeras, el caos económico y la pérdida de apoyo político derrumbaron la presidencia de De la Rúa.

Lamentablemente, la imagen del helicóptero en el que abandonó la Casa de Gobierno se impuso como símbolo de la pérdida de la ilusión con la que el gobierno de la Alianza había comenzado y tiñó injustamente la valoración de toda una vida puesta al servicio del país y sus instituciones.

Quizás este momento, el del adiós, sea el más adecuado para corregir ese error y subrayar que, por encima de errores y vacilaciones circunstanciales, inevitables en quienes ejercen las altas responsabilidades de la Nación, Fernando de la Rúa fue un gran argentino, un hombre humilde y valiente que llevó adelante con sinceridad y firmeza sus convicciones y cuya intachable vida personal, de familia y amigos, y su trayectoria pública quedan como testimonio indiscutido de sus méritos como ciudadano destacado de la Nación..