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Quien controla Ucrania, accede al corazón de Eurasia. Rusia percibió una amenaza directa a su profundidad estratégica, y actuó en consecuencia.
Sábado 12 de Abril de 2025
09:15 | Sábado 12 de Abril de 2025 | La Rioja, Argentina | Fenix Multiplataforma
La guerra en Ucrania ha reconfigurado el tablero internacional y reactualizado las premisas clásicas de la geopolítica. Este artículo parte de la lectura de que el avance europeo sobre Ucrania amenazaba simultáneamente a Rusia y a Estados Unidos: a Moscú, por la pérdida de su zona de influencia estratégica; a Washington, por el surgimiento potencial de una Europa autosuficiente, alimentada por Ucrania y energizada por gas ruso, con capacidad de disputar su liderazgo global.
La guerra entre Rusia y Ucrania no puede comprenderse sin considerar el marco geopolítico que la determina. La expansión de la OTAN hacia el este, la ruptura del equilibrio regional tras la disolución de la URSS y la progresiva occidentalización de Kiev configuraron un escenario inevitablemente conflictivo. Rusia percibió una amenaza directa a su profundidad estratégica, y actuó en consecuencia.
En este contexto, resulta irrelevante formular juicios morales. Los Estados no se mueven por ideales universales, sino por intereses concretos. El sistema internacional es anárquico: no existe una autoridad superior que imponga normas efectivas. Cada actor con poder suficiente actúa según su conveniencia y responde únicamente a sus propios cálculos. Estados Unidos lo ha hecho en múltiples ocasiones; Rusia no constituye una excepción.
Ucrania, en este tablero, representa una pieza más que un jugador. Su situación geográfica, entre Europa y Asia, la convierte en espacio de disputa. Ni neutralidad ni autodeterminación han sido opciones viables en esta lógica de fuerzas. Quien controla Ucrania, accede al corazón de Eurasia. Esto lo sabía Mackinder en el siglo XX, y sigue siendo válido hoy.
La narrativa que presenta la guerra como una lucha entre democracia y autoritarismo encubre intereses estratégicos concretos. La OTAN, lejos de ser una simple extensión de Washington, fue instrumentalizada por las potencias europeas para avanzar sobre Ucrania, con el objetivo de asegurar soberanía alimentaria y abastecerse con energía rusa de bajo costo. Al controlar las tierras fértiles ucranianas y mantener el flujo energético desde Moscú, Europa se encaminaba a convertirse en una potencia autónoma, con capacidad real para disputar el liderazgo global a Estados Unidos.
A su vez, desde la perspectiva rusa, este movimiento significaba quedar reducido al rol de proveedor dependiente de un bloque hostil, y perder definitivamente su influencia en una región clave para su seguridad histórica. La reacción rusa, aunque violenta, respondió a una lógica de contención frente a una amenaza estratégica percibida como existencial.
El conflicto también expone el agotamiento de ciertos consensos internacionales. Las instituciones creadas tras 1945 han demostrado escasa capacidad de mediación efectiva. La ONU ha quedado reducida a un espacio de declaraciones simbólicas, sin poder coercitivo real.
La política internacional se define nuevamente por la fuerza, no por el derecho.
Europa, por su parte, ha demostrado una dependencia estructural respecto de Estados Unidos. La defensa del continente y el sostenimiento de la OTAN han sido financiados mayoritariamente por Washington, permitiendo a las potencias europeas concentrarse en el desarrollo económico. Esta situación habilitó un avance sobre Ucrania como fuente de soberanía alimentaria, mientras se garantizaba energía barata desde Rusia. Ese modelo, funcional a los intereses europeos, se construyó a costa del poder relativo de Estados Unidos, que subsidió con recursos estratégicos el fortalecimiento de un eventual competidor global.
En ese escenario, América del Sur debe observar con atención. El conflicto en Ucrania demuestra que la geografía y el poder siguen siendo los factores determinantes de la política internacional. La región no está exenta de tensiones, ni de posibles reconfiguraciones. Pensar estratégicamente implica anticipar escenarios y fortalecer la autonomía nacional mediante alianzas funcionales, control territorial efectivo y políticas de defensa integradas.
La guerra en Ucrania no es solo una tragedia. Es también una señal. El orden internacional se redefine por la fuerza. Los Estados que no entiendan esta lógica, están condenados a la irrelevancia o a la subordinación.
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