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(Por CARLOS PAGNI) Dos cambios sin retorno en la vida de la Iglesia; solidaridad, inclusión, misericordia, sus valores; un líder religioso interesado en el poder; la Teología del Pueblo; descubrir el conurbano; la sucesión en Roma
Martes 22 de Abril de 2025
07:32 | Martes 22 de Abril de 2025 | La Rioja, Argentina | Fenix Multiplataforma
Hoy están la Argentina y el mundo consternados por la noticia de la muerte del papa Francisco. Todos sabíamos que su salud estaba quebrantada. En las últimas semanas, atravesó con mucha dignidad y activismo una larga agonía. Eso no impide que haya un estado de mucha emoción y reflexión alrededor de lo que ha significado este Papa para la historia de la Iglesia y de nuestro país.
¿Qué lugar ocupa Bergoglio en la historia de la Iglesia? Para entender esta cuestión hay que tener en cuenta algunas premisas. La más importante es que, como cualquier organización religiosa, los cambios en la Iglesia son hipergradualistas. Cada modificación significa tomar posición frente a tradiciones muy antiguas, a debates que no siempre conocemos, vinculados a cuestiones doctrinarias, teológicas y que rozan el misterio, que es el centro de una religión. Muchas veces, las autoridades religiosas tienen que estar manejándose con el dilema de no perder el ritmo de la historia y, al mismo tiempo, no caer en el facilismo de seguir modas efímeras. En ese equilibrio está siempre la voz de los papas, obispos y quienes tienen que definirse respecto de materias complejas.
¿Qué cosas hizo el papa Francisco de las cuales es muy probable que la Iglesia no pueda volver atrás? Para quienes participan de esa vida, algunas son conmocionantes. Por ejemplo, haber autorizado a los sacerdotes a dar la comunión a los divorciados. Eso que para muchos profanos puede resultar de sentido común, para la organización religiosa tuvo un impacto histórico. Del mismo modo fue revolucionario que permitiera bendecir parejas del mismo género. Monseñor Jorge García Cuerva, el arzobispo de Buenos Aires, celebró una misa en la Basílica de Flores, el barrio del papa. Y en esa misa había jóvenes, y numerosos transexuales, que se vieron aceptados por la modalidad que introdujo Bergoglio en la manera en que la Iglesia tramita estas cuestiones de carácter moral. Otro ejemplo fue, además, la incorporación de mujeres a la conducción del catolicismo en el Vaticano.
Francisco abrió algunas puertas y entornó otras. Dejó una semilla de debate que seguramente va a seguir evolucionando dentro de la iglesia. Ocasionó un revuelo tremendo en muchas comunidades. En la iglesia de los Estados Unidos, donde hay corrientes muy conservadoras, estas posturas del Sumo Pontífice pusieron a la Iglesia en tensiones enormes. Se llegó a hablar de la posibilidad de un cisma, porque hubo obispos que se enfrentaron abiertamente con estas posiciones. Es mediante estos cambios que podemos ver al Santo Padre desde la perspectiva eclesiástica.
Pero hay otro rol que cumple este Papa, que toca a aquellos que no son religiosos, a quienes no hemos sido alcanzados por la fe y, sin embargo, la figura de Bergoglio nos interpela. Es la exaltación de valores que desde 2013, cuando él fue elegido Papa, hasta ahora, han sido puestos cada vez más en tela de juicio. Fue poner en primer plano palabras que por momentos parecen pasadas de moda: solidaridad, inclusión, misericordia, el hecho de prestar atención al débil. Francisco encarnó ese ideario.
De él queda una imagen no solo religiosa sino también política. Cada vez que el Papa hablaba, en la Argentina pero también en Italia, se entendía su mensaje como una referencia a la polémica del día. Es natural. Era un sacerdote jesuita, que pertenecía a una comunidad, la Compañía de Jesús, extremadamente sensible al fenómeno del poder. Y Bergoglio no era diferente. Pero cuidado: Bergoglio no era un político, era un religioso. Estos conceptos que señalaba lo convertían, desde lo profano, en el defensor de un Estado de bienestar que entró en crisis. Pero para él, esa defensa tenía que ver con otra dimensión: lo religioso. Él estaba defendiendo no una doctrina política sino valores del Evangelio que se pueden proyectar sobre doctrinas políticas.
Lo que está pasando hoy es que, con la muerte de Bergoglio, se hace evidente una agenda que pierde una voz muy poderosa. Debe haber mucha gente que, en términos espirituales e ideológicos, se siente hoy huérfana. Era alguien muy politizado pero los que lo conocieron bien de cerca afirman no hay que confundirse. Bergoglio podría ver en determinadas organizaciones políticas, como el peronismo, un instrumento más eficaz para promover sus ideas o valores. Pero la organización de Bergoglio era la Iglesia. Su liderazgo era un liderazgo católico, eclisiastico y religioso, que trataba de impregnar a la sociedad de estos valores. Es importante resaltar esto en un momento donde muchas fuerzas políticas interpretan que la forma de movilizar a la sociedad es el odio. Contra este telón de fondo, la figura de Francisco se recorta de manera significativa.
Es obvio que existía una sensibilidad política en Bergoglio, conflictiva con el liberalismo. En las páginas de LA NACION, sistemáticamente, Loris Zanatta ha descrito esa postura y las vinculaciones entre el pensamiento de Bergoglio y la tradición nacionalista, como volvió a hacerlo este lunes. Tenía más afinidad con el peronismo que con otras fuerzas políticas. Había figuras que le resultaban más simpáticas que otras en el elenco político argentino. Este lunes, Joaquín Morales Solá, que estuvo muy ligado a él, escribe un retrato de Bergoglio y destaca la predilección del Papa por Esteban Bullrich. Le gustaba mucho también y tenía un vínculo muy cercano con Juan Grabois, lo cual molestaba a mucha gente por el carácter conflictivo de este dirigente social.
Todo esto puede producir un malentendido, que es ver a Bergoglio como un político al que le gustaba la religión. No. Era un religioso al que le gustaba la política. Y en su carrera, que termina en el Vaticano, promueve una forma de percibir el fenómeno social desde la ideología religiosa. No es el espiritualismo tradicional de la iglesia más conservadora, que tiende a olvidarse del mundo. Tampoco fue la radicalización que intentó combinar el mensaje del Evangelio con el marxismo, que se llamó Teología de la Liberación. Francisco encarnaba otra posición: la Teología del Pueblo. Es una forma de entender el fenómeno social desde la religión, que comprende los problemas sociales sin olvidarse de la dimensión espiritual que hay detrás de esos problemas.
Desde el punto de vista de la religión y de la cultura, estas ideas llegan a Roma desde América Latina que es donde nacieron, inclusive con teólogos argentinos como Lucio Gera, Rafael Tello o Gerardo Farrell. Fueron quienes comenzaron a pensar estos temas alejándose de la tradición más ortodoxa o conservadora pero poniendo distancia con otro sector de la Iglesia tomado por el marxismo en los años ’70. Bergoglio llevó este clima de ideas a la conducción de la Iglesia, algo novedoso, algo histórico.
Francisco trascendía los límites religiosos y de la Iglesia. Por eso de todos los mensajes sobre su muerte, hubo uno que se destacó por sus detalles. En un tuit del expresidente de los Estados Unidos Barack Obama, que compartió una foto con el Sumo Pontífice y escribió: “El papa Francisco fue un líder excepcional que nos inspiró a ser mejores personas. Con su humildad y sus gestos, sencillos y profundos a la vez -era envidiable la forma en que Bergoglio podía expresar ideas muy profundas de maneras muy sencillas y elaboradas- como abrazar a los enfermos, atender a las personas sin hogar y lavar los pies a los jóvenes presos, nos sacó de nuestra complacencia. Nos recordó que todos tenemos obligaciones morales con Dios y con los demás. Hoy Michelle y yo lloramos junto a todas las personas del mundo, católicos y no católicos, que encontraron fuerza e inspiración en el ejemplo del papa. Sigamos escuchando su llamado a nunca permanecer al margen de esta marcha de esperanza viva”.
En la historia argentina reciente, si uno observa el rol de Bergoglio, también tiene un lugar destacado. Probablemente haya sido el líder que con mayor claridad -y más temprano- vio que en la Argentina se había producido una mutación dolorosa: la pobreza dejó de ocupar un lugar marginal y empezó a ser el centro. Es decir, la Argentina dejó de ser un país con pobres para ser un país con pobreza. Es muy difícil fechar estos procesos. Muchos creen que comenzó hace 50 años con el Rodrigazo. Pero, fuera de la discusión sobre sus inicios, el Papa logró vislumbrar antes que otros, incluso antes que la política, este problema que tiene como principal escenario el conurbano bonaerense. Francisco tuvo una estrategia frente a eso: la expansión del movimiento de curas villeros, la selección de determinados obispos muy ligados a él para que ocupen las diócesis más importantes de ese conurbano y la preocupación por esa degradación que tiene que ver con marginación, la informalidad y la proliferación de la droga. El mensaje de Bergoglio adquiere un significado especial tras la derrota del peronismo. Esos valores, que muchos reprochan al peronismo haber manipulado y desgastado, terminaron teniendo en Bergoglio una voz extraordinariamente legítima.
Queda un enigma por delante. ¿Cuál será la evolución de la Iglesia después de la muerte de Francisco? Llegó al Vaticano en 2013 y, a partir de ese momento, empezó una lenta conquista del poder de la iglesia. Recuerdo que un amigo español muy católico, al poco tiempo de que Francisco se hiciera cargo de la conducción del Vaticano, habló con un cardenal que volvía de Roma a Madrid. Mi amigo le preguntó: “Bueno… ¿y?”. Y este cardenal le respondió: “No sabemos muy bien quién es. No sabemos muy bien cómo piensa. De lo que sí estamos seguros es de que manda”. Lo decía en contraposición con el pontificado de Benedicto, que había tenido gravísimos problemas para conducir la maquinaria del Vaticano.
A partir de esa conquista de alguien que venía del “fin del mundo”, hoy el 70% de los integrantes del colegio cardenalicio -quienes elegirán al sucesor- fueron “creados” por el papa Francisco. Este cónclave, deberíamos suponer, lleva su sello. Muchos presumen sin embargo que, como sucede habitualmente en la historia de la institución, ahora vamos a encontrarnos con un Papa más moderado. Circulan mil nombres. Desde hace mucho tiempo se habla del filipino Antonio Tagle. Se subraya también al arzobispo de Bolonia, Matteo Zuppi, muy ligado a Francisco. No sabemos lo que va a pasar. Puede haber habido muchas conversaciones de este tipo mientras Bergoglio estuvo enfermo. Pero ahora que llegan los cardenales a Roma, seguro el intercambio verbal se reactiva y el desenlace puede ser imprevisto.
En la Argentina, nos quedamos con el interrogante sobre por qué no viajó, tratándose de alguien que tiene una legitimidad como figura pública que excede la de cualquier político. Según una encuesta de la consultora Pulso, tenía una imagen positiva del 65,9%; 25% muy buena, 23,3% buena y 17,6% regular buena, contra una negativa del 25%. Este es el líder que falleció este lunes.
Es interesante el momento en el que muere Bergoglio desde el punto de vista del transcurso de la vida pública del país. El Gobierno acaba de cerrar un acuerdo con el Fondo, que tiene un capítulo de gran trascendencia: levantar el cepo. Lo hizo con un enorme éxito. El dólar no se disparó sino que cayó. La administración Milei aclara incluso que comprará dólares solo cuando la cotización toque el piso de la banda -los $1000-.
En una operación muy maliciosa pero inteligente, Milei salió personalmente a agredir a los economistas que habían aconsejado hacer lo que él finalmente terminó haciendo. Como para que no parezca una derrota. Ahora aparecen dos preocupaciones. Una es la inflación. Según pronostica todo el mundo, de alguna manera u otra va a haber un traslado a los precios tras la liberalización del tipo de cambio. Es una inflación que ya se tornaba difícil dominar en los últimos meses. Había pasado de 2,4% en febrero a 3,7% en marzo. La segunda preocupación es la recesión, la posibilidad de que haya una contracción en la actividad económica o que sea más difícil pasar del mero rebote al crecimiento genuino. Está el eterno debate, que tanto inquieta al Presidente y lo pone tan nervioso, sobre el verdadero nivel de atraso cambiario que existe en la Argentina. Al Gobierno hoy no le preocupa el crecimiento o la preservación del tejido productivo. Ni siquiera el empleo. Le preocupa no ir a las elecciones con un rebote inflacionario porque lo que se valora de Milei, hasta ahora, es haber dado una lucha exitosa contra la suba de precios.
Reaparece entonces en la Argentina este problema: el del nivel de actividad, el de la preservación del empleo y del capital acumulado, sobre todo de las empresas más débiles. Todo vinculado a la cuestión cambiaria. Frente a este panorama, los valores que inspiraba Bergoglio en la comunidad política van a tener una vigencia que tal vez no hubieran tenido en otro contexto. La solidaridad, el problema de la inclusión contra la marginalización y la cuestión de la misericordia vuelven a tomar relevancia en un país con riesgos recesivos. Ese era Bergoglio. Ese era su mensaje.
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