Sociedad

Tiene una “hija golondrina” y armó un grupo para ayudar a otras madres de jóvenes que emigraron

Silvina Scheiner (59) es periodista y escritora y mamá de Maia (31), que vive en Australia. Publicó un libro con su experiencia. Y fue tal la repercusión que creó una comunidad con un centenar de otras mujeres.

Sábado 18 de Octubre de 2025

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10:17 | Sábado 18 de Octubre de 2025 | La Rioja, Argentina | Fenix Multiplataforma

El domingo a la mañana, Silvina Scheiner (59) va a salir a caminar con una amiga y a la tarde, a tomar un café con un amigo. No es la forma que hubiera deseado para festejar el Día de la Madre, pero es la posible: su hija está literalmente en la otra punta del mundo y seguramente habrá una conexión, tecnología mediante. Faltará el abrazo, pero no el amor.
 
Fechas como esta, los cumpleaños o las Fiestas, son las que exponen la contradicción permanente que viven las madres de los “hijos golondrina”: la generación de jóvenes argentinos que emigró en los últimos años, de forma temporal o definitiva.
 
“Por un lado estamos contentas porque para ellos es un crecimiento. Pero no puedo dejar de estar triste y no lo puedo manifestar porque es ir en contra de su proyecto, es bombeárselo. Y cuando me llamás, lo estoy pasando mal porque te extraño, pero tengo que estar contenta. Tenés que aprender a vivirlo”, explica Silvina poniendo un sujeto abstracto en la construcción de su frase porque habla en representación de muchas madres (y padres).
 
Es una gran conocedora de las palabras y de su simbología. Periodista, docente universitaria, guionista y escritora, colaboró en importantes medios de Argentina y en los últimos años se dedicó a los talleres de narrativa y a la propia escritura. Y publicó un libro, “Distancias del corazón”, que dio origen a una comunidad de madres de emigrantes que se escuchan y se contienen.
 
Silvina cita datos del INDEC que dan cuenta de que entre 2013 y 2023 emigró 1,8 millón de argentinos. Uno de ellos es única su hija, quien en lo cotidiano es el sujeto concreto del párrafo anterior.
 
Maia tiene 31 años y es experta en marketing. Se fue en octubre de 2019 a Perth, en el oeste de Australia, y trabaja en el sector minero.
 
“Ya venía yéndose porque es muy cosmopolita y había viajado mucho de chica, haciendo campamentos internacionales y work and travel, en todo lo que había para viajar yo la apoyaba. Pero no pensaba en esa semilla que estaba sembrando. Me ponía orgullosa que mi hija entendiera cómo se vive en otras partes, que se pudiera interrelacionar”, describe Silvina y no se cuestiona haberla impulsado a conocer el mundo porque no haberlo hecho habría sido “como no enseñarle a caminar”.
 
Silvina con Maia, su hija. Silvina con Maia, su hija.
El punto de quiebre fue, al igual que para muchas madres y padres de estos hijos golondrina, la pandemia y las fronteras cerradas. Silvina recién pudo volver a ver a Maia en marzo de 2022. Y no fue fácil. Dice que viajó a Australia a “salvar un vínculo”, porque como en el 99,9% de los casos, la relación con los hijos se pone compleja cuando entran en la adolescencia y en la primera adultez.
 
“Tuve que hacer terapia porque me daba miedo. ¿Mirá si hago este viaje y voy a volver a pelearme con ella por los platos de la cocina? Siempre con amor y respeto, pero chocábamos”, se sincera en la charla con Clarín.
 
Silvina Scheiner es periodista y escritora y armó un grupo para madres de jóvenes que emigraron. Foto Emanuel FernándezSilvina Scheiner es periodista y escritora y armó un grupo para madres de jóvenes que emigraron. Foto Emanuel Fernández
Y también expresa algo muy común en todos los que están en su misma situación: “Cuando tu hijo emigra, se te congela la imagen del hijo que se fue. Pero ese hijo está mutando. Cruzó el mar, conoció gente, vive solo, ya lo afanaron otra vez: ya hizo el viaje del héroe, se transformó. Entonces vos vas y le decís, ‘Carlitos, ¿querés que te haga la leche?’ . Y no, Carlitos ya no es Carlitos. Tratamos de ser la misma mamá para un chico distinto, que ya tuvo otras experiencias y demostró su valor y su coraje. Hay que tratarlo con más respeto”.
 
La escritura fue siempre para Silvina un espacio de ayuda. “Si estoy angustiada, escribo”, dice. Y a la vuelta del viaje a Australia, escribió un libro contando su historia, que editó ella misma. Fue una botella lanzada al océano.
 
Otras muchas madres varadas como ella en esta isla de sentimientos encontrados, la recogieron. La empezaron a contactar, y así nació “Nuestros hijos golondrina”, un grupo de WhatsApp que es un espacio de escucha y contención que reúne a un centenar de madres (el ingreso es través del contacto con el Instagram @distanciasdelcorazon).
 
“Son mamás que ya tienen hijos afuera y otras que se están preparando porque sus hijos se están por ir. Es un grupo de diálogo. Una buena manera de contar lo que te pasa y de sentir que no sos la única”, lo define.
 
Teresita Grandoli es una de sus integrantes. Su historia es similar a la de Silvina: su único hijo también se fue a vivir a Australia en 2019 y por la pandemia estuvo casi tres años sin verlo, “cortando clavos, sufriendo como loca. Ese primer período fue terrible”. Cuando pudo visitarlo y conoció cómo vive y su grupo de amigos, “empecé a ver su migración como el camino que eligió para ser más feliz. Me prendí de esa cola del barrilete. Porque las madres queremos que nuestros hijos sean felices”.
 
Teresita y su hijo, que también vive en Australia. Teresita y su hijo, que también vive en Australia.
El grupo le permitió a esta jubilada de 64 años “reforzar lo que me digo todos los días, que tengo que hacer cosas por mí misma. Dentro del grupo hay mamás a las que el viaje de su hijo se las llevó, les sacó las ganas de tener vida propia. Yo trato de no perder eso y hay muchas que pensamos igual: nos damos aliento y nos reforzamos en decir que la vida sigue y que tenemos que estar bien por nosotras y por ellos. Y si una mamá no pudo hacer todavía ese click, ayudarla y decirle que en algún momento va a llegar. A mí me llevó un tiempo, pero ahora me siento bien con eso”.
 
Alejandra, mendocina y madre de tres hijos, tiene dos en el exterior. El mayor se fue a hacer un posgrado a EE.UU., se enamoró, se casó y tuvo un bebé; la del medio, lo mismo pero en España. El menor no tiene planes de emigrar, y Alejandra concede que lo más difícil son los nietos. “Con la lejanía es todo un tema. Se vuelve más difícil porque se pierde lo cotidiano —explica—. Uno cría a los hijos para que abran sus alas y vuelen. Yo soy muy feliz con sus logros, pero eso no quita que a veces la distancia se vuelva muy pesada”.
 
Silvina afirma que, contrariamente a lo que se puede creer, este no es solo un fenómeno que atraviesa a la clase media porque “si bien para irse afuera algún dinero hay que tener, hoy los chicos se arreglan con pasajes baratos”. Y concede que las redes sociales, en las que argentinos muestran cómo es trabajar y vivir en distintos lugares del mundo, “romantizan todo, pero hay que ver cuántos se quedan y cuántos vuelven”.
 
Para ella, la emigración de esta década no sólo tiene que ver con la cuestión económica y la estabilidad. “No todas las generaciones reflexionaron tanto sobre quién soy yo y qué lugar tengo en el mundo. Un chico que capaz no da pie con bola y está cansado de ser el boludo de la familia, piensa que puede ser alguien nuevo y que nadie lo juzgue”, señala sobre lo que ya estuvo investigando y, periodista al fin, seguirá profundizando en un nuevo proyecto: qué mueve a los jóvenes a irse, cuánto pesa “empezar un cuaderno nuevo donde todo esté prolijo y sean hijos de nadie, donde puedan jugar con ser ellos mismos”.
 
Para los que están afuera, no obstante, la gran inquietud son esos padres. “Una cosa es tener 25 y tu padre, 50. Otra, 30 y 65. ¿Quién se va a ocupar cuando le pase algo? ¿Voy a tener que dejar todo lo que tengo y volver a cuidarlo? ¿Cuánto tardaré en llegar si hay una urgencia?”, enumera las preguntas frecuentes del lado de allá del océano.
 
Del lado de acá, las preguntas tienen que ver con la situación particular de cada familia, por ejemplo, si quedó un hijo en Argentina. “Parecería que el de afuera se convierte más en héroe, porque pelea contra el idioma, las visas y se metió en una cultura diversa. ‘¡Llama Carlitos!’, nos emocionamos. Y el que se toma el 60 todos los días para ir a la UBA y se quedó con el colectivo en Constitución, ‘Ah, bancátela’”, describe, bien gráfica.
 
La otra pregunta, si es más de uno el que emigró, es a quién visitar. “¿Por afinidad? ¿Por donde me queda más barato el pasaje? ¿Por si me lo regalan?”, apunta, descontando, por supuesto, que la madre/padre puedan tener la posibilidad económica de viajar.
 
Y aquí derriba otro mito. “No tengo otra conexión sanguínea en la tierra que mi hija. La gente me dice ‘Andate, vos que podés’. Pero averigüé en el departamento de Migraciones, y en Australia podés emigrar hasta los 55, y yo tenía 56. Ahí te das cuenta de que el tren ya pasó. Podés ir como jubilada con reunificación familiar, pero no vas a poder trabajar. Además, no te podés colgar de tu hijo. ¿Y si le pintó otra cosa en Dinamarca y se va?”, reflexiona sobre la característica golondrina de esta generación.
 
Agradece a la tecnología, pero también para estos jóvenes la videollamada es lo normal, por eso “no tiene magia”. Cuenta, casi recomienda, el caso de una chica que en vez de pedirle recetas a su mamá la hace conectar para que cocinen juntas al mismo tiempo y le explique con la camarita (“Disfraza de receta de cocina el afecto”) y el de otra que le pidió al papá que, del mismo modo, la ayudar a arreglar el auto.
 
Otra sugerencia que hace a las madres (y padres) que pueden visitar a sus hijos es que, en la medida de las posibilidades, no vivan en su casa. “Alquilate algo cerca. No le riegues las plantas ni le ordenes la casa: la tiene a sus maneras y con sus reglas”, aclara.
 
También entender lo que llama “asimetría de necesidad”. “Nosotros necesitamos mucho más de ellos que ellos de nosotros. Vos querés que te cuenten y te contestan con monosílabos. Cuando están mal te llaman y te cuentan un problema, vos te quedás toda la semana pensando que era un problemón, y después te dicen ‘Mamá, vino Carlitos y lo resolvimos’”, vuelve a usar ese nombre/personaje que engloba a todos los hijos e hijas golondrina.
 
Por último, quizás el consejo más importante. “No sos el algo de alguien: sos solo vos. Volvé a conectarte con la mujer que sos más allá de que seas mamá, abuela, esposa. Armate una vida y si no te sale, pedí ayuda para que te ayuden a armarla”, enfatiza. Y vale también sumar una reflexión final de Alejandra: “No queda otra que hacerse fuerte y entender que cada uno vino a este mundo a hacer su propia vida. Extrañar es el precio que se paga por amar tanto”.
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