Farándula
El periodista y la actriz tienen historia en común: ella fue parte del ciclo Memoria y hasta llegó a someterse a “la máquina de la verdad”.
Martes 19 de Enero de 2021
15:47 | Martes 19 de Enero de 2021 | La Rioja, Argentina | Fenix Multiplataforma
Tienen la complicidad de los que se conocen. Hace veinte años, mucho antes de que el “panelismo” fuera un lugar común en la televisión nacional, Florencia De la V fue parte de la tribuna del programa Memoria, en donde el mítico periodista Samuel Chiche Gelblung llegó a hacerle en vivo una “autopsia” a un extraterrestre. También sometió a la diva, que entonces trabajaba apenas “por el bolo de actores”, a la “máquina de la verdad”, un ejercicio que se impondrán tácitamente en esta charla –por momentos tan desopilante como aquel ciclo y en otros cargada de intimidad–, para hablar del amor, la pareja, la sexualidad, los hijos, las infidelidades, los mandatos que dejaron atrás para convertirse en quienes son y las decisiones que les cambiaron la vida.
Chiche Gelblung: —Bellos tobillos tenés. Las mujeres se califican por sus tobillos.
Florencia De la V: —Me di cuenta que lucen mucho los zapatos. Vos tenés un TOC con los zapatos: te comprás los zapatos grandes. ¿Lo hacés por el mito que existe por el pie grande o por otro motivo?
CG: —Para nada. No tiene nada que ver con la cosa sexual. Yo me compro zapatos tres números más grandes. Es una cuestión de comodidad. Cuando era chico, tenía que bancarme que te compren los zapatos en la zapatería del barrio, que convencen a los padres de que el cuero se estira. Y yo que sé de cuero, mucho, el cuero no se estira nunca. Son todos traumas infantiles.
FDV: —¿Dónde naciste, Chiche?
CG: —En Villa Devoto. Viví toda mi infancia. Hasta que me fui de mi casa, a los 14 años a vivir a una huevería.
FDV: —¿A la huevería?
CG: —A la huevería. ¡Vos sabés toda la historia! (Risas) En un depósito de huevos. De huevos podridos, porque, en ese entonces, la vainilla se hacía con huevos podridos. Era un depósito que todo lo que sobraba de huevo, lo tiraban ahí y lo distribuían a la fábrica de vainillas.
FDV: —Irte de tu casa a esa edad y en esa época era un logro. Eras un inquieto.
CG: —Yo me fui de mi casa porque no aguantaba más. Era asfixiante la situación a raíz del tema de la religión. Mi abuela era religiosa. Mamá era creyente, pero no muy religiosa. Al casarse con papá, que era comunista, surgieron los problemas. Mi hermano mayor se había metido de novio con una cristiana y eso era una tragedia entonces. Mi abuela venía todos los días a llorar, a echarle la culpa a mi madre.
FDV: —¿Y por qué no terminaste el secundario?
CG: —Porque me fui de mi casa… O comía o hacía la secundaria. Yo salí de chico a viejo, no tuve transiciones. Por eso hice cosas inmaduras después: como que las etapas se toman venganza. A los 14 años, cuando me fui, lo primero que hice fue ir a la carnicería a ver cuánto costaban las cosas y me di cuenta de que lo más barato era el riñón. Y comí durante seis meses riñón al mediodía y a la noche. Pero contame vos cómo empezaste, sino vamos a hablar solo de mí.
FDV: —¿Cuál fue tu primer trabajo?
CG: —Mi primer sueldo era por estar ahí en el depósito. Le tenía que abrir la puerta a los camiones. Después salí a vender medias por la calle. Yo conocía mucho esa zona porque vivía en una zona de clase media acomodada, cerca de la plaza, pero todos mis amigos eran marginales, entonces robábamos caballos y ese tipo de cosas. Mucho delito menor. Mis dos amigos de mi infancia chica, uno murió a los 12 y otro a los 14 en tiroteos. Pero contame vos cómo empezaste, sino vamos a hablar todo de mí.
FDV: —Yo trabajé con vos. No sé si te acordás. Yo me críe en Llavallol, en el culo del mundo, pero del otro lado, en Zona Sur. Vivía en los monoblocks. Mi papá es de Paraguay y mi mamá misionera. Así empecé, en ese lugar totalmente alejado del espectáculo.
CG: —¿Pero soñabas con eso?
FDV: —¿Con el mundo del espectáculo? No. Mi mamá tenía una máquina de coser Singer que estuvo durante años en mi casa...
CG: —Era costurera tu vieja. Y vos cortabas al lado de la máquina.
FDV: —Yo corté después de que ella murió. Esa máquina para mí siempre fue como un símbolo. Era mi mamá. Porque mi mamá murió cuando yo tenía 2 años.
CG: —¿Pero cómo era tu vida? Yo me acuerdo que te compraban cosas de chico y vos jugabas con cosas de mujeres.
FDV: —Claro. Yo me di cuenta de que era diferente… Imaginate, mi mamá había muerto y yo me la pasaba en las casas de mis tías. Me cuidaban mientras mi papá trabajaba. En esa época a mí me dejaban jugar con muñecas… Pero cuando entré al jardín de infantes, fue la primera vez que me choqué con lo binario.
CG: —Hombre, mujer. Hombre, mujer.
FDV: —Exactamente. Me acuerdo que había un baúl donde había disfraces y vestidos y collares. Imaginate que en mi casa no había nada de mujer porque mamá había muerto. Entonces, yo ahí me montaba. Me vestía y cantaba. La maestra me dijo un día que no lo haga. Que no lo podía hacer. Hasta que llamaron a mi papá. Cuando lo llaman, él me dice que no lo podía hacer. Yo obviamente, siendo chica, no hice caso, y después de eso vino una golpiza fuerte. Hoy pienso en la distancia porque se habla mucho de la educación sexual integral en las escuelas y creo que es necesaria. Yo tuve que aprender de golpe algo que no podía comprender, porque no tenía ni contención en el colegio ni en mi casa. Y me sentía diferente, porque estaba en un cuerpo que no tenía que ver conmigo. Me di cuenta de que los juegos o las cosas que yo hacía, las tenía que hacer a escondidas y tenía que reprimir lo que sentía.
CG: —¿Y los chicos te trataban bien?
FDV: —En el jardín no siento que haya vivido cosas fuertes como viví en la primaria. Una de las cosas más violentas que viví en mi infancia fue cuando me cortaron el pelo. Yo tenía como una melenita bastante larga. De chica la gente preguntaba si era una nena. Me acuerdo que entré de la mano con mi papá y me sentó y dijo: “Córtele el pelo”. “¿Cómo lo cortamos?”, respondió el peluquero, y mi papá le dijo que me cortara como colimba. Al principio, me cortaba con la tijera y hoy a veces sueño con eso. Me despierto escuchando ese corte. Tiene un sonido muy particular la tijera cuando corta el pelo.
CG: —¿Y en qué momento tu viejo se dio cuenta de que no podía luchar contra eso?
FDV: —Mi papá nunca me aceptó. Yo me fui de mi casa a los 17 años, porque llegó un momento en que mi transformación...
CG: —No la podían parar. ¿En la secundaria estabas como varón o como mujer?
FDV: —Como andrógino. Al principio como varón y después me fui transformando, porque es de a poco.
CG: —¿Y los chicos te fueron acompañando?
FDV: —¿Mis compañeros? No sé si me acompañaron. La fui viviendo como pude. Sin ningún tipo de contención y tratando de atravesarla. Yo sabía lo que me pasaba, pero desde el absoluto desconocimiento. Pensá que en ese momento, en la década del ochenta y pico, el travestismo estaba muy mal visto en la Argentina. Después conocí unas travestis cerca de mi casa porque había un corso. Pero en el secundario yo no pensé que me iba a convertir, que iba a ser una mujer trans o una travesti. No creía por el prejuicio que tenía, por la mirada social.
CG: —Pero siempre pensaste que ibas a ser mujer.
FDV: —Atravesé diferentes etapas. En el jardín creía que era mujer y que iba a cambiarme el cuerpo. Después me di cuenta que no, que tenía que ver con la homosexualidad. Y después llegó el travestismo en mi vida.
CG: —¿Tus afectos eran hacia las mujeres o hacia los varones?
FDV: —No, mi afecto siempre fue hacia los varones. Igual las mujeres me buscaron toda la vida. Pero nunca sentí atracción por una mujer.
CG: —Y cuándo fue tu primer beso con un varón, ¿cuántos años tenías?
FDV: —Tenía 13 años. Con un compañero de colegio.
CG: —¿Y sexo cuándo tuviste con un varón?
FDV: —A los 16, casi 17 años. Pero después del secundario fue cuando me di cuenta que el travestismo era por donde yo quería ir. No pensaba, no concebía otra manera, porque cuando me vestí por primera vez de mujer sentí algo que nunca en mi vida había sentido. Como cuando el espejo te devuelve la imagen que buscaste toda tu vida. Ahí supe que no había vuelta atrás.
CG: —¿Te prostituiste alguna vez?
FDV: —No, no necesité. Era chica. Vivía con lo justo. Dormía, me levantaba, tenía trabajos ocasionales. Sobrevivía, era una sobreviviente.
CG: —¿Y nunca te ofrecieron?
FDV: —Sí, muchas veces. Yo empezaba a trabajar en boliches, porque de chica era muy atractiva para estos lugares, entonces trabajaba en Morocco, en Ave Porco, en Buenos Aires News, en todos los boliches de la época. Un día en Bunker, no estaba trabajando, estábamos bailando, y me vienen a buscar para reemplazar a Cris Miró porque justo se había enfermado. Ella estaba trabajando en el Tabarís, y me llaman que me tenía que juntar con Carlos Rottemberg. Y así empecé.
CG: —Y cuando te llamé yo, ¿cómo era la historia?
FDV: —Fue en el 2000. Era panelista de Memoria. Vos siempre me llamabas, primero eran entrevistas, a mí me pusiste la máscara, me hiciste la máquina de la verdad. Yo con eso pagaba el alquiler y para mí fue un gran espacio de aprendizaje, porque vos eras cero prejuicioso y mirabas a todo el mundo por igual. ¿Tu pasión por el periodismo cuándo nació?
CG: —Me gustaban muchas cosas, me gustaba ser corredor de Fórmula 1, me gustaba ser cantor de tangos. Me gustaba ser médico y me gustaba ser periodista.
FDV: —Sí, pero cantor de tango fuiste.
CG: —Sí, un año y medio, dos años. Vivía de eso. En la primera Botica del Ángel, la que tenía todo el glamour. Porque yo estaba saliendo con una chica que empezó a bailar en la Botica. Un día el que cantaba tangos no estaba, dicen “Alguien tiene que cantar”, digo “Mirá, yo canto tangos”. Y el Gordo (Bergara Leumann) era loco. Mi hit era Antiguo reloj de cobre, que lo repetía todas las noches. Mientras tanto, hacía mi trabajo de periodista.
FDV: —A mí me gusta lo del diploma que falsificaste...
CG: —¡Para entrar en la escuela de periodismo! Pero nunca dejé de estudiar. Yo no iba al colegio, pero leía mucho.
FDV: —La máquina de la verdad ¿funcionaba o no? Porque vos me enchufaste ahí.
CG: —Esa la hice traer a Argentina. Eso ya era más show. Pero yo siempre veía otra cosa.
FDV: —Bueno, la autopsia del marciano. Ahí viste otra cosa. Porque otro canal había pagado una fortuna y vos hiciste hacer el mismo marciano.
CG: —¡Lo mismo por 500 mangos! ¡Y midió más! Todavía me están puteando Fernando Bravo y Teté Coustarot (risas). Porque ellos no quedaron en la historia como la autopsia del marciano, yo sí. A mí me jodían con eso, pero a ellos que habían dado la original nadie los tocaba. Y fue todo trucho. Yo llamo a uno de los productores y le digo: “Esto es una pelotudez, vamos a hacerlo nosotros”. Hace poco apareció el tipo que fabricó el muñeco. Me llamó y me dijo: “Yo fabriqué el muñeco”. Se habían cumplido 25 años. Y el muñeco estuvo años caminando por Canal 9.
SUFRIR POR AMOR
Chiche está casado hace 43 años con Cristina Seoane. Flor lleva 22 con Pablo Goycochea; se casaron en una ceremonia simbólica en 2008 y por civil en 2011, cuando ella ya era Florencia Trinidad según el DNI. Pero en el camino, los dos vencieron prejuicios y sus propios demonios: ella siempre se imaginó entrando al altar de blanco y con una familia como la que formó; él, en cambio, pensaba que nunca se iba “a encaminar”.
CG: —¿Te enamoraste muchas veces?
FDV: —Sufrí bastante por amor. Me enamoré dos veces fuerte, la primera vez, fue antes de Pablo. Fue mi primer noviazgo serio, el primer noviazgo después de que me había convertido en Florencia. Entonces fue muy significativo. A Pablo lo conocí después de que me había peleado con él y estaba bastante herida, había sufrido. Entonces fui brava con los hombres.
CG: —Tomaste venganza.
FDV: —¿Sabés que sí? Fui malísima. Por ejemplo, cuando empezamos a convivir, dije: “Acá no se mira fútbol, a mí no me gusta; si a mí hay algo que me deprime sobremanera es levantarme los domingos con los motores”.
CG: —Lo llamo a Pablo, le digo: “Largala”. ¿Cómo no lo vas a dejar mirar fútbol? Los tipos somos muy pollerudos. Con tal de pincharte una mina hacés cualquier cosa. A mí no me hables, porque tengo experiencia.
FDV: —Ya lo sé… ¡vos salías con tres al mismo tiempo!
CG: —Tres, cinco, ocho… Pero todo tiene una explicación: insisto, yo nunca fui a bailar de adolescente, no sabía lo que era un baile. Por eso digo, de chico a viejo. De pronto yo entro en una editorial donde había muchas mujeres. Y tenía cierto éxito. Yo no rechazaba nada. Lo que viniera, me importaba un pito.
FDV: —¿Y qué tuvo de diferente tu mujer que te conquistó?
CG: —Un día me largaron todas. De las tres que se juntaron, se conocieron y me largaron todas. Yo salía con una chica, una de las chicas que estaba en el conflicto era lesbiana. Y salía con una que yo conocía también. Entonces una le dice a la que es ahora mi mujer: “Ah, porque Chiche está saliendo con Florencia”, o algo por el estilo. Y ahí se armó el quilombo. Tenía no sé cuánta plata ahorrada, fui al banco, llamé al segundo de la revista y le dije: “Hacete cargo, porque yo me voy a la mierda”. No podía aguantar más. Me llamaba una a las tres de la mañana, otra a las cuatro, me re puteaban. Y por la única que me interesaba volver era por la que hoy es mi mujer.
FDV: —¿Y qué tenía de diferente?
CG: —Es la única por la que peleé. Era más inteligente. Más bella. Era la que yo sentí que tenía que ser mi mujer. Lo había decidido: “Tiene que terminar mi vida de reventado”. Yo paraba el auto en medio de la calle para llorar, porque tuve situaciones terribles. Comía tres veces en una Nochebuena, porque iba a la casa de una, a la casa de la otra, con una pasaba Nochebuena, con otra Fin de Año. Era muy promiscuo. Y de pronto me dije: “Esto no puede ser una vida”. No aguantaba la presión. Estaba agotado. Y empecé a laburar mucho para reconquistarla. Me costó un huevo y la mitad del otro.
FDV: —¿Y cómo sos como papá? ¿Fuiste un padre ausente?
CG: —Es una de las cosas que más cuidé. Se lo tendrías que preguntar a mis hijos. Yo creo que fui un padre obsesivamente presente. Siempre pienso que cuando se habla de la institución madre judía la madre judía es el padre. Es mentira lo de la madre judía.
FDV: —Tus teorías son muy machistas te voy a decir.
CG: —No, no muy machistas. Yo tuve una madre judía y no era madre. Mi madre judía fue mi padre. Mi vieja, el protector, fue mi padre.
SI NO FUERAN ELLOS
“¿Podrías haber sido otra cosa aparte de lo que sos?”, preguntará Gelblung. Esta Florencia, que no es la misma después del nacimiento de Isabella y Paul, sus mellizos de 9 años, dice que sí: “Si yo tengo que elegir entre mi vida y el espectáculo elijo ciento por ciento mi familia”.
FDV: —Sabés que yo creo que me hubiera dedicado a la costura. Y si vos me decís qué me hubiera gustado: ser profesora de historia.
CG: —¿Pero lees historia, te gusta la historia?
FDV: —Me gusta, sí, me gusta leer.
CG: —¿Te imaginas con anteojos en una clase dando historia universal?
FDV: —Sí, me hubiera encantado. A mí me la maternidad me cambió en el sentido de que... ¿viste que muchas artistas dicen “mi vida es el espectáculo”? Mi vida es mi casa, mi familia. Mi vida son mis hijos.
CG: —Vos me enseñaste una cosa una vez que la puse en práctica siempre, que es entrar con anteojos negros a un lugar para que no te vean a dónde miras.
FDV: —Es que yo aprendí todo en la calle. Si vos me decís qué me hubiera gustado, es haber podido estudiar, haber tenido más formación. Es haber estudiado danza, pero mi papá no me dejaba porque me decía que eso era para maricones.
CG: —¿Vos te psicoanalizás?
FDV: —Sí. Todas las semanas. Con la misma psicoanalista. Llegué hace 20 años por una crisis que había tenido y encima no creyendo en eso.
CG: —¿Seguís todavía con zonas que no alcanzaste a superar?
FDV: —Siempre hay. La maternidad todo el tiempo te trae conflictos, inseguridades. Uno no quiere cometer los mismos errores que cometieron con nosotros. Me encuentro siempre pensando en no meterles prejuicios. En mi casa se charla mucho. A mí mis hijos me trajeron una mirada completamente diferente. Yo no era una mujer que alzaba bebés, y Jorge Ibáñez me decía: “¿Vos, mamá?”. La noche antes de que nacieran, yo decía: “Mirá si no tengo ese instinto”. Y cuando nacieron me pasó algo muy loco: yo estuve embarazada los nueve meses.
CG: —Es que vos a tus hijos aunque no haya sido físicamente, los pariste.
FDV: —Eso me pasó. Tuve una conexión desde el día que me enteré. La primera a la que toqué fue a Isabella, le toqué la manito y sentí que era una parte mía. Nunca había sentido eso. Jamás. Y después de eso me descubrí como mamá todos los días. Yo siempre creo que me voy a morir...
CG: —Yo te voy a tranquilizar, todos los padres piensan eso. Cuando uno no tiene hijos es Dios. Cuando tenés hijos sos vulnerable. Dame un momento que cambió tu vida, si lo tenés.
FDV: —Bueno, la maternidad. Cuando pude concretar eso me di cuenta que fue lo más importante que me pasó. Yo torcí mi destino cuando decidí ser Florencia. Lo volví a hacer cuando me dediqué a la actuación, cuando empecé a trabajar en el teatro en una época donde nosotros no teníamos derecho. Y después, mi DNI fue muy importante para mí. La identidad.
CG: —¿Tus hijos conocen la identidad sexual tuya? ¿Entienden o no?
FDV: —Mis hijos saben todo de nuestra familia. Fue natural. Es más simple de lo que la gente cree. ¿Y a vos qué te hubiera gustado hacer?
CG: —Si uno no terminara preso, yo hubiera sido médico trucho.
FDV: —Te voy a decir una cosa, entonces: quizás la próxima vez que te vea, Chiche, vos vas a ser médico trucho y yo voy a ser profesora.
CG: —Yo tengo un tío que vive todavía, tiene 100 años, que estuvo en cana por médico trucho. Pero no era médico trucho por medicina, era médico trucho del Nacional y del Maipo. Era ginecólogo. Tenía tarjeta. Un día cae la cana a la casa de mi abuela a hacer un allanamiento y encuentran arriba de un ropero todos los elementos de un ginecólogo. Un atorrante. ¡Era para pincharse a las minas del Nacional y del Maipo!
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