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El efecto 'Superman' de las pastillas. Un peligro que corroe a La Rioja: "Te despertás y no te acordás de nada”

(por MICAELA URDINEZ para Diario LA NACION).- Hambre de Futuro... “La droga está matando a los pibes en los barrios”. El flagelo de la ciudad que ingresa en el campo

Sábado 30 de Septiembre de 2023

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07:55 | Sábado 30 de Septiembre de 2023 | La Rioja, Argentina | Fenix Multiplataforma

LA RIOJA.- Están rotos. Por dentro y por fuera. Apenas son adolescentes y la vida ya les duele demasiado. Tienen que tapar la angustia como sea. Fuman, toman, inhalan y tragan cualquier cosa que los ayude a evadirse: lo que es de peor calidad y más daño les hace. Arrancan por el alcohol, siguen con la marihuana y después tienen que pasar a algo más fuerte. En muchos casos, salen a robar para poder conseguirlo.

LA NACION viajó a La Rioja para conocer cuáles son los principales riesgos a los que se enfrentan los niños, adolescentes y jóvenes de los sectores más vulnerables y se encontró con que el consumo de drogas se desparrama por los barrios populares – y también por las zonas rurales – dejando sin futuro a los chicos.

Según un estudio de Unicef elaborado en base a cifras oficiales, la pobreza monetaria en La Rioja es más alta que el promedio del país. Más del 59% de las niñas y niños de la provincia vive en hogares con ingresos insuficientes para adquirir una canasta básica de bienes, frente a un 53% registrado a nivel nacional.

Este medio insistió para entrevistar a Gabriela Amoroso, directora ejecutiva de la Unidad Coordinadora de Políticas Públicas Sobre Adicciones de La Rioja, y no obtuvo respuesta.

En la ciudad de La Rioja los jóvenes viven en la marginalidad absoluta, entre cerros y lapachos de diferentes colores. Ese mundo de pobreza extrema y de abandono sostenido hace síntoma visible en cuerpos cubiertos de cicatrices, cortes, heridas de bala o quemaduras. “Vemos chicos a los que físicamente les faltan algunas partes de su cuerpo. Y que están rotos espiritualmente. Tienen rota su alma, rotos sus sueños y su visión de futuro. Y volver a construir a toda una persona es un gran desafío”, afirma Natalia Albornoz, mientras conversa con las mujeres que preparan empanadas en el Hogar de Cristo Asunción en el barrio Los Obreros.

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A Isaías Espinoza lo atravesó la pobreza, la soledad, el abandono y empezó a consumir a los 13 años. Después de muchos años de estar perdido en las drogas y la delincuencia, hoy asiste al Hogar de Cristo Oratorio de Jóvenes del barrio 20 de Mayo y tiene un trabajo en blanco por primera vez en su vida.

Cargan dolores antiguos. Y siempre tienen que ver con la falta de amor. Con un papá o una mamá que ya no están. O que están pero tienen que trabajar todo el día para llevar algo para comer a la mesa. No hay nadie que los guíe, los cuide, los oriente. Y eso los lleva a sentirse solos, a estar en la calle y tomar caminos equivocados.

Isaías Espinoza arrancó a consumir a los 13 años, a los 17 se fue de su casa y se instaló una temporada en Buenos Aires, en la zona de Avellaneda. Ahí empezó a robar. “Tengo un tiro en la pierna y otro en el pecho. Todas las drogas habidas y por haber las probé. Mi vida ha sido una mierda. La re sufrí. Me fui solo. Robaba, fumaba. Hasta que dije basta, vamos a probar un poquito de lo dulce”, cuenta hoy convertido en uno de los referentes del Hogar de Cristo Oratorio de Jóvenes del barrio 20 de Mayo, en tratamiento y con su primer trabajo en blanco en un taller textil.

Isaías agrega: “En el ambiente en el que estaba no podía soñar. Antes tenía que ir mirando al piso y ahora voy con la frente en alto. El próximo sueño es mostrarle a otros pibes que sí se puede y que hay que dejarse ayudar”.

Esta realidad es una imagen que se repite en el resto del país y afecta a los jóvenes de todas las provincias. Según la última Encuesta Nacional de Consumos y Prácticas de Cuidado de 2022 elaborado por el Indec y la Sedronar, los consumos de los adolescentes de 16 a 24 años en la Argentina son los siguientes: alcohol (69,6%), tabaco (20%) y marihuana (22,2%).

El Estudio Nacional sobre Consumo de Sustancias Psicoactivas de 2017, agrega que en La Rioja la edad promedio de inicio de consumo de la cocaína es 16,6 años y de tranquilizantes es 18,6 años. Por otro lado, un 26,2% de los adolescentes de 15 a 25 años declararon haber consumido más de 5 tragos de alcohol en un día.

“Acá en La Rioja las pastillas están matando a los pibes”, dice Matías Lezcano, un joven de 24 años que vive en el barrio Virgen del Valle, en la zona norte de la ciudad de La Rioja. Sabe de lo que habla. Él arrancó a consumir a los 13 años, se pasó a las pastillas a los 15 y con la ayuda de su familia pudo salir de ese agujero negro que lo estaba destruyendo. Hoy acompaña a niños y adolescentes de su barrio desde el Centro Cultural y la Biblioteca Popular Monseñor Angelelli.

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Cuando los chicos no tienen espacios de contención, están en riesgo de caer en el consumo. Los que dejan la escuela, no participan de ninguna actividad y están en la calle, están muy expuestos a probar lo que les den. Por eso, desde los Hogares de Cristo y otras instituciones se trabaja en la prevención ofreciendo distintos talleres y espacios para que los chicos puedan aprender y expandir su creatividad

Cada chico carga su historia. El abanico de problemas es interminable. Está la pobreza. La soledad. La violencia. “Hay muchos que abandonaron la escuela porque no tenían para los útiles o para la tarjeta del colectivo, o chicos que sus padres los abandonaron y están con sus abuelas”, agrega Lezcano.

Cada vez arrancan antes. Los más chicos se empiezan a juntar con los más grandes en la esquina y les dan a probar. A veces, tienen entre 9 y 10 años. A los 13 ya están perdidos en el consumo. “Tiempo atrás los pibes hasta se escondían para drogarse y hoy lo hacen a la luz del día”, explica Lezcano, dejando en evidencia lo naturalizada que está esta realidad en los barrios. Las pastillas son lo más barato de conseguir. En la jerga se las llama “gusanito” y son ansiolíticos que se recetan para tratamientos psiquiátricos como trastornos de ansiedad o pánico y para controlar convulsiones.

Las comen como caramelos. Las bajan con alcohol. Otras veces las toman diluidas con agua (“agua sucia”) o con jugo (“jugo loco”). Ahí la dinámica es sentarse en grupo y se van pasando la jarra entre ellos. Y cuando ya no tienen ni para eso, buscan inhalar lo que sea, como nafta o pegamento.

Otra modalidad que reemplazó al paco es “pipear” la cocaína. Primero la mezclan con bicarbonato de sodio, después la queman y la fuman con una pipa. Los chicos se transforman en los nuevos “zombies” que pierden conexión con un mundo que los expulsa permanentemente. “Se vuelve muy adictivo. Venden cualquier cosa con tal de conseguirla”, dice Lezcano.

Llegó a las zonas rurales

“En el interior de La Rioja años anteriores nadie sabía lo que era consumir drogas y ahora es normal”, agrega Lezcano, sobre cómo este flagelo se fue extendiendo a las zonas rurales de la provincia.

Es una realidad muy triste que no se da solo en esta provincia. Ema Nieto es la presidenta del Grupo de Mujeres Campesinas Organizadas con sede en Chañar y señala que esta es una problemática que vienen viendo hace muchos años con compañeras de otras regiones.

“Lamentablemente es así. En el pueblo se nota muchísimo y en las zonas rurales también ha llegado. No sé si tiene que ver con la falta de oportunidades. Ya todo el mundo sabe quién la vende. También se han incrementado mucho los robos y está encadenado con eso. También sucede que hay muchos padres y madres ausentes. Acá en el pueblo más que jugar al fútbol, otras actividades no hay”, dice la referente.

Noel Barrera tiene 16 años y nació en el paraje El Simbolar. Se crió en el campo y cree que eso lo ayudó a no tener malos vicios. Hoy asiste al Instituto Privado Dr. P. J. de Castro Barros en Chañar y su sueño es convertirse en veterinario. “Acá es muy fácil conseguir droga. No me gusta ver a niños drogados y tirados en la calle. Queda mal. A los 12 o 13 años ya empiezan a consumir. Más que nada marihuana, merca, de todo un poco traen acá”, cuenta Barrera.

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Lurdes Agüero no quiere que sus hijos vivan lo mismo que ella: por eso se esfuerza por ser una madre presente y no los deja estar en la calle. “A mí me jodió mucho no estar con mis papás y me puse rebelde por el abandono. Al sentirme sola, caí en las drogas”, dice esta mujer a la que sus padres tuvieron que dejar en el campo al cuidado de sus abuelos cuando era una niña y nunca pudo superar esa separación

Maricel Ormeño trabaja para la Secretaría de Agricultura Familiar en la zona de Chilecito y alrededores. Está en contacto permanente con adolescentes y jóvenes de las áreas rurales. Si bien no ve un consumo problemático vinculado con drogas pesadas o con pastillas, sí reconoce una tendencia hacia el alcohol. “Los jóvenes no tienen posibilidades de empleo en sus pueblos y muchas veces recurren al alcohol”, señala.

A Lurdes Agüero la criaron sus abuelos en Chepes, un pueblito del departamento Rosario Vera Peñalosa. Sus papás se habían ido a vivir a la capital con sus hermanos más grandes y ella se quedó sola. Ese abandono la marcó para siempre. Recién a los 12 años se mudó con ellos a la ciudad. “A mí me jodió mucho no estar con mis papás y me puse rebelde por el abandono. Al sentirme sola, caí en las drogas. Me quedé embarazada a los 16, pensé en la personita que venía y salí adelante”, dice esta joven ahora de 28 años y madre de 4 hijos.

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Las pastillas arrasan con todo


Siempre se consumieron pastillas pero ahora están arrasando con todo. Y el problema es el efecto “Superman” que tienen, lo que lleva a los adolescentes a situaciones límites. “Te perdés. Al otro día te despertás y no te acordás de nada. Hay pibes que me contaban que al otro día tenían dos motos robadas en la puerta de su casa y no se acordaban nada”, explica Lezcano. ¿Dónde se consiguen? Se le compra al transa o a un amigo más grande. En el caso de las pastillas, también se venden las recetas para ir a la farmacia. “Las madres me han comentado que sus hijos les revuelven toda la casa buscando pastillas. También los chicos se van a hacer atender al centro de salud y ahí les proveen las pastillas. Esa fue una alarma que vimos en el espacio y gracias a todas las intervenciones, le han dado una mayor atención a eso”, cuenta María Sánchez Trabajadora Social, coordinadora del Hogar de Cristo Oratorio de Jóvenes, financiado por la Sedronar. En los barrios todos saben quiénes son los que venden y en dónde se puede conseguir cada cosa. Pero no pasa nada. “La gran mayoría de los chicos consumen y terminan influenciando a los otros en este sentido. Ellos identifican quién es el cabecilla, quién es el que vende, quién es el que distribuye. Y saben en qué zona se pueden mover con más tranquilidad y cuáles son más duras. Ese mapa ellos lo tienen escaneado perfectamente”, afirma Sánchez. Las familias también están rotas y desmembradas. Porque sus padres se separaron, porque algunos de sus miembros murieron, están presos, también consumen o venden. Y falta presencia. “Les cuesta poder terminar la primaria por la falta de acompañamiento de la familia y después vino la pandemia en donde no tenían acceso a los dispositivos. Todo sumó para que muchos hayan dejado de estudiar. La mayoría al estar en una situación de pobreza, terminan la primaria y tienen que salir a trabajar. Llegar a la universidad es un sueño para muchos pero quizás no está en sus planes porque lo primero es comer”, sostiene Albornoz.

 
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En esta provincia, el principal riesgo para los adolescentes y los jóvenes de la ciudad y de las zonas rurales es caer en el consumo. Lo hacen porque cargan dolores antiguos, se sienten abandonados, les falta contención y no encuentran un proyecto de vida
 

Salud mental desbordada

La Rioja es la quinta provincia con mayores casos de suicidios en el país. Ahí, los jóvenes sienten que no tienen futuro. Que nadie está pensando soluciones para ellos. No importa si es en el campo o en la ciudad, la desesperanza se siente en los testimonios de todos los jóvenes.

Para Sánchez, una de las mayores trabas es que en la provincia no hay instituciones en las que los chicos puedan empezar un tratamiento. “Cuando el chico te dice que quiere ir, no hay disponibilidad. Pasa el tiempo y para el momento en el que hay cama ya el pibe nos dice que no quiere y es empezar de cero”, señala con preocupación. Sin embargo, reconoce que desde que se identificó al dispositivo como perteneciente a la Sedronar, se les han abierto bastantes puertas para solicitar turnos, gestionar pedidos puntuales y para mejorar nuestro trabajo territorial.

Según todos los especialistas consultados, la demanda de consultas en salud mental creció muchísimo y el sistema no da abasto. No alcanzan ni los espacios estatales ni los dispositivos ni los profesionales. “En la pandemia estábamos más ordenados. Ahora estamos desbordados. En La Rioja hay muy pocos colegas que se dedican a las infancias Y lo que más se busca es atención para niños y adolescentes. El hospital público de la Madre y el Niño está con lista de espera para poder atenderlos”, señala Silvia Álvarez, psicóloga que trabaja en Casa Angelleli, acompañando a comunidades en la zona norte de la ciudad de La Rioja.

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Matías Lezcano charla con otros jóvenes del barrio Virgen del Valle, en la zona norte de la ciudad de La Rioja. Él arrancó a consumir a los 13 años, se pasó a las pastillas a los 15 y con la ayuda de su familia pudo salir de ese agujero negro que lo estaba destruyendo. Hoy acompaña a niños y adolescentes de su barrio desde el Centro Cultural y la Biblioteca Popular Monseñor Angelelli.

El lema de los hogares de Cristo es “abrazar la vida cómo viene”. Y desde ese lugar reciben a chicos con problemas de consumo e intentan ofrecerles una salida. Federico Salmerón es un cura salesiano que trabaja desde la Casa Angelelli en distintos barrios de la zona norte de la ciudad de La Rioja.

“Genera orgullo cuando ves a una chica o un chico que llegó con una vida destruida y con sueños en un cajón, y empiezan a emprender un camino nuevo. Hace una semana entró un muchacho a un centro de rehabilitación. Hace 15 años que estaba consumiendo pastillas, y después de todo un proceso, y con la fuerza de reconocer el valor de su familia y de su vida, se está dando una nueva oportunidad a él, a su gente y a su barrio”, señala Salmerón, sentado al lado de la canchita del “Wence” mientras algunos chicos juegan a la pelota.

En esta misma línea, Albornoz señala la importancia de tejer redes con otras instituciones para poder sostener la vida de los jóvenes. “La adicción rompe no solamente la vida del joven sino a todo su entorno, a la familia, a los hijos, a los padres. Hay un quiebre ahí que merece ser cicatrizado desde el amor”, resume.

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