Analisis de CARLOS PAGNI .- La relación con el Papa Francisco, el vínculo con la vicepresidenta Villarruel y los puentes con la UIA sucumben ante la austera disposición a negociar o dialogar por parte de Milei
Jueves 28 de Noviembre de 2024
08:13 | Jueves 28 de Noviembre de 2024 | La Rioja, Argentina | Fenix Multiplataforma
La motosierra de Javier Milei era, en un principio, una herramienta destinada a reducir el tamaño del Estado mediante un recorte drástico del gasto público. Con el paso del tiempo, y en especial en los últimos días, se demostró que ese dispositivo se utilizaría con otro objetivo: cortar el vínculo del Gobierno o, en particular, del Presidente, con personalidades o sectores relevantes de la vida pública. Milei se convirtió él mismo en motosierra. Y hace pasar por la agresividad de ese aparato a las relaciones con el Papa, con Chile, con su vicepresidenta, con los importadores de artículos extranjeros o con los productores de bienes locales. En ese paisaje de severa intransigencia se instala una duda: ¿También será inflexible con el kirchnerismo? ¿O habrá una transacción para cubrir las vacantes más importantes del sistema judicial?
Desde que el Presidente prohibió al canciller Gerardo Werthein asistir a Roma para la conmemoración de los 40 años del acuerdo de límites con Chile, las relaciones con el Vaticano quedaron muy deterioradas. Si alguien imaginaba que Jorge Bergoglio visitaría la Argentina el año próximo, deberá revisar esa presunción. Son conjeturas. Hasta ahora en la agenda de la Secretaría de Estado no figuraría ese viaje.
En un plano muy superficial, la ausencia de Werthein fue presentada como la reacción de la Casa Rosada al entredicho que Milei tuvo con su colega chileno, Gabriel Boric, durante la cumbre carioca del G20. En una de las sesiones, Boric rechazó las posiciones contrarias a los pronunciamientos a favor de la igualdad de género y de la lucha contra el cambio climático. No nombró a Milei, pero estaba hablando de Milei. No es para asombrarse: hasta desde la Fundación Pensar, que lidera Mauricio Macri, el encargado de relaciones internacionales Fulvio Pompeo encabezó una declaración en términos similares a los de Boric.
Werthein, que ya se había comprometido a participar de las ceremonias presididas por el Papa en compañía del ministro chileno Alberto van Klaveren, recibió en Río de Janeiro la orden de no viajar. Tampoco lo haría su vice, Eduardo Bustamante. Como se vio el lunes pasado, la representación del país quedó a cargo de Luis Beltramino, el embajador ante la Santa Sede. Desde el kirchnerismo aprovecharon la encrucijada. Eduardo Valdés, exembajador ante el Papado, declaró:“Pedimos disculpas a Francisco y al pueblo chileno por el desplante de Milei y Werthein”.
Es bastante obvio que la decisión de reducir al máximo la participación en la ceremonia no estaba dirigida a desairar al gobierno chileno sino a Francisco, que era el anfitrión. Él lo hizo notar, con sutileza, cuando recordó que a la conmemoración del 25º aniversario había asistido la entonces presidenta, Cristina Kirchner, con su par Michelle Bachelet. Las diferencias con Roma se agigantaron cuando, en septiembre pasado, el Papa criticó al oficialismo por el uso de gas pimienta en la represión de una marcha en la plaza del Congreso. A pesar de esa declaración, a mediados de octubre el secretario de Culto visitó el Vaticano y se entrevistó con el Pontífice. Es Nahuel Sotelo, uno de los seguidores más ortodoxos de Milei. En los mismos salones fue recibida unos días más tarde la vicepresidenta Victoria Villarruel. Aunque ese encuentro tal vez no deba ser tomado como un gesto amigable hacia el Presidente. Más bien todo lo contrario.
Es posible que las divergencias de Milei con Bergoglio no se limiten a la peripecia doméstica. Como el Presidente se considera un líder global, pone un celo especial en la defensa de sus posiciones internacionales. La más nítida es su adhesión incondicional a las políticas de Israel. Desde que el Papa se preguntó si las acciones militares de ese país en la Franja de Gaza no constituirán un genocidio, es probable que la antipatía de Milei hacia su persona se haya incrementado. Con Benjamín Netanyahu aparecen, además, afinidades que exceden el campo geopolítico. El primer ministro israelí también se declara víctima de una conspiración de “la casta”. En su caso la denominación es distinta: deep state, el Estado profundo, esa trama de intereses facciosos en los que convergen los magistrados judiciales, la prensa crítica y, aquí hay una sorpresa, las fuerzas armadas. La misma melodía que, con variaciones, tararean Donald Trump y Jair Bolsonaro en sus respectivos países.
Más allá de estas especulaciones, es bastante evidente que la instrucción a Werthein para que deje de viajar al Vaticano puede tener una consecuencia inevitable: que el Papa no viaje a Buenos Aires. Acaso sea un objetivo deliberado de Milei. Evitar que, a pocos meses de las elecciones, la sociedad se movilice alrededor de una figura que encarna valores que el Gobierno menosprecia. La justicia social, la solidaridad, la inclusión, el rescate estatal de los más vulnerables, son los objetivos a ser derrotados en la “batalla cultural”.
El frágil vínculo con Villarruel también fue sometido al rigor de la motosierra. El Presidente la expulsó de las “fuerzas del cielo” y la sumó a las de la casta. Se sabrá con el tiempo si esa excomunión es ventajosa. En lo inmediato, tiene también un efecto sobre el proselitismo. La vicepresidenta se había acostumbrado a desarrollar actividades en el ambiente que le resulta más propicio: el de las Fuerzas Armadas. Sirviéndose de la excusa de alguna ceremonia no siempre trascendente, visitaba cuarteles, divulgaba su mensaje, promovía su figura. Tenía éxito. En las encuestas registra el mismo nivel de adhesión que el Presidente, con menos volúmenes de rechazo. Desde que fue repudiada como figura del oficialismo, la agenda de Villarruel quedó alterada. ¿Qué militar la invitará de ahora en adelante, si hacerlo puede significar el final de una carrera? Para desplegar su campaña la vicepresidenta necesitará pensar en actividades políticas más explícitas. Y, por lo tanto, más desafiantes para su compañero de fórmula.