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Marie Curie manipuló material radiactivo sin ningún tipo de protección. Más de 100 años después de sus revolucionarias investigaciones, viajamos a París para rastrear las persistentes huellas radiactivas que la científica dejó atrás.
Sábado 28 de Junio de 2025
10:53 | Sábado 28 de Junio de 2025 | La Rioja, Argentina | Fenix Multiplataforma
El contador Geiger —el instrumento que se usa para medir la radiactividad—comienza a parpadear y a zumbar mientras lo sostengo contra el pomo de la puerta parisina de 100 años de antigüedad.
Estoy bajo el marco de la puerta que separa el histórico laboratorio y oficina de Marie Curie, la científica polaca residente en París que inventó la palabra "radiactividad"; donde hay un rastro especialmente llamativo de ella.
El museo que alberga el laboratorio me invitó a entrar para rastrear las huellas dactilares radiactivas que Curie dejó cuando trabajaba aquí a principios del siglo XX.
En el pomo de la puerta hay una señal de ello. Hay otra en el respaldo de su silla. Muchos más de estos rastros invisibles están dispersos por sus notas archivadas, libros y muebles privados, algunos descubiertos recién en los últimos años.
La reacción del contador Geiger y los números en la pantalla sugieren la presencia de radiactividad superior a otras partes del lugar, aunque sólo en niveles bajos y no amenazantes.
En microsievert —unidad que mide el impacto potencial de la radiación sobre el cuerpo humano— se trata de unos 0,24 microsievert por hora, es decir, dentro de los límites seguros, según los expertos.
Marie Curie trabajó aquí desde 1914 hasta su muerte, en 1934, manipulando elementos radiactivos, incluido el radio, que ella y su marido Pierre Curie habían descubierto en 1898.
Durante la mayor parte de su vida, lo hizo con las manos sin protección alguna, las cuales se fueron marcando cada vez más por el radio. Luego transfirió rastros de estos elementos a otras cosas que tocaba.
Al seguir las huellas de sus manos a través de sus espacios de trabajo, uno puede imaginar cómo iría "del laboratorio a la oficina abriendo la puerta y luego retirando la silla de la oficina para sentarse", dice Renaud Huynh, el director del Museo Curie, mientras me guía de trazo en trazo.
Algunos rastros radiactivos, por ejemplo en las notas y cuadernos de laboratorio de los Curie, se conocen desde hace mucho tiempo: un análisis realizado en los años 50 hizo visibles algunos de ellos mediante una placa fotográfica.
La contaminación apareció en forma de puntos y manchas, lo que sugiere que se trataba de polvo de laboratorio radiactivo depositado en la página o de gotas de soluciones de sales de radio rociadas sobre ella.
Otras huellas con mayor profundidad se han ido revelando en años posteriores mediante pruebas: se han encontrado en las puertas de un armario de su casa, en cajones, en las páginas de libros, en apuntes de clases e incluso en una mesa de comedor extensible de la casa familiar de los Curie.
Para cada artículo, los expertos se enfrentan a la angustiante decisión de si deberían salvarlo como patrimonio o, en los casos en que la contaminación se considera un riesgo para la seguridad pública, depositarlo en una instalación de residuos nucleares.
El armario, por ejemplo, acabó siendo destruido.
El laboratorio y la oficina de Marie Curie, cuyas altas ventanas dan a un jardín de rosas que ella misma diseñó, suelen estar cerrados por un cordón rojo para que los visitantes del museo puedan verlos, pero no ingresar. Formaban parte del Instituto del Radio, el cual ella fundó, y todavía permanecen en el corazón de un activo y bullicioso campus de investigación.
"Existe una gran probabilidad de que los rastros radiactivos los haya dejado Marie Curie, pero podría haber sido su hija [Irène Joliot-Curie], quien más tarde utilizó la misma oficina", afirma Huynh.
En cualquier caso, es un rastro material del pasado, una forma de herencia. Si borráramos estos rastros, perderíamos este recuerdo. Puede ser un detalle, pero evoca un modo de contaminación, una forma de trabajar y una época.
Huynh me invitó al museo fuera del horario de apertura y también me llevó al archivo cercano para hablar sobre estos rastros.
Como la radiactividad es invisible, pregunté antes de la visita si podía llevar un contador Geiger para dar vida a las trazas.
Él estuvo de acuerdo y también me permitió invitar a Marc Ammerich, un experto en radiación, para ayudarme a medir e interpretar los resultados.
Ammerich pasó 40 años trabajando para las agencias francesas de protección radiológica, inspeccionando la seguridad de las plantas nucleares de Francia.
Desde 2019 tiene la tarea de realizar pruebas exhaustivas en la colección del museo.
Hasta ahora ha analizado alrededor de 9.000 objetos de los Curie y su familia, incluida la mesa de comedor extensible, donde encontró dos manchas radiactivas, una al lado de la otra, como dos huellas de manos, donde una persona agarraba la mesa y la sacaba para las visitas.
Centrar su atención en el legado de los Curie ha sido una experiencia especial, afirma Ammerich: "Medir los cuadernos donde escriben sobre sus descubrimientos del radio y el polonio, medir los instrumentos que utilizaron, es extraordinario. Es como tener la historia de la radiactividad en mis manos".
Marie Curie era estudiante de doctorado en París en la década de 1890 cuando se topó con un fenómeno curioso.
Estaba estudiando los misteriosos rayos que emite el uranio y que apenas se habían descubierto recientemente.
El científico Henri Becquerel había descrito sus interesantes propiedades. Los rayos emitían luz y además hacían que el aire pudiera conducir la electricidad.
Curie propuso la palabra radiactividad para estos peculiares rayos, acuñando el término que todavía se utiliza hoy en día.
Luego, al analizar varios minerales para determinar su nivel de radiactividad, Marie Curie informó algo sorprendente: algunos de estos minerales eran mucho más radiactivos que los elementos radiactivos conocidos que contenían (uranio y torio).
Después de comprobar sus mediciones, concluyó que sólo había una explicación: debía haber otro elemento altamente radiactivo, aún no conocido, en estos minerales.
Para encontrar este elemento desconocido, empezó a refinar un mineral de uranio llamado pechblenda, retirándole todos los elementos conocidos hasta que solo quedara el misterioso elemento.
Emocionado por el proyecto, Pierre se unió. Trituraron el mineral, disolvieron el polvo resultante en ácido, lo filtraron en pasos diferentes y obtuvieron un aumento concentrado y mayoritariamente radiactivo, explica Huynh.
Fue un proceso arduo. Como dijo la propia Marie Curie: "La vida de un gran científico en su laboratorio no es, como muchos podrían pensar, un idilio pacífico. Más a menudo es una lucha encarnizada con las cosas, con el entorno y, sobre todo, consigo mismo".
Al no tener acceso a un laboratorio adecuado, trabajaron en un almacén y luego en un cobertizo con goteras detrás de un edificio universitario.
Según la descripción de Marie Curie, el cobertizo estaba equipado con "algunas mesas de pino desgastadas y una estufa de hierro fundido", y carecía de cualquier medida de seguridad: "No había campanas para evacuar los gases venenosos emitidos durante nuestros tratamientos químicos".
Y, sin embargo, "fue en ese viejo y miserable cobertizo donde pasamos los mejores y más felices años de nuestras vidas, dedicando nuestros días enteros a nuestro trabajo", escribe.
En 1898, al final del proceso con la pechblenda y la remodelación de pequeños cristales altamente radiactivos, se anunció que habían descubierto dos nuevos elementos: el radio y el polonio, este último bautizado con el nombre de la patria de Marie Curie, Polonia.
"Era un ambiente muy tóxico", dice Huynh. "Porque no se trataba solo de humos y polvo radiactivos, sino que también utilizaban una gran cantidad de sustancias químicas para descomponer la pechblenda, como el mercurio, que hoy en día están prohibidas en los laboratorios".
El cobertizo ya no existe porque fue derribado. El laboratorio del museo es donde más tarde trabajaría Marie Curie.
En los últimos años, Ammerich llevó a cabo una inspección y revisión de seguridad exhaustiva del museo. Él y su equipo eliminaron los contaminantes de la superficie, como el polvo débilmente radiactivo de los muebles de la oficina preservada.
La tenue radiactividad restante proviene de trazas que se hundieron en la madera o el metal y ahora están dentro de él, lo que significa que incluso si alguien tocara ahora los muebles, no transferiría ninguna contaminación.
"El laboratorio ya fue descontaminado en la década de 1980", dice Huynh.
En ese momento, la práctica en el museo era "intentar limpiar la contaminación con esponjas abrasivas y, si se detectaba radiactividad, eso significaba que se había desvanecido en el material, por lo que retiraban todo y lo reemplazaban" con una copia, dice.
El banco del laboratorio, por ejemplo, fue reemplazado por una réplica, explica Huynh.
Hoy en día, los rastros débilmente radiactivos, como los de la silla y el pomo de la puerta, pueden permanecer en el lugar, dice, y se consideran reliquias.
"Estos rastros históricos de radiactividad son tan importantes porque muestran las condiciones de trabajo de Marie Curie en aquella época. Deben preservarse a toda costa", afirma Thomas Beaufils, profesor y director del museo de la Universidad de Lille, especializado en la conservación y protección del patrimonio radiactivo.
No existe otro lugar en el mundo donde Marie Curie difundiera la radiactividad a través de un laboratorio y una oficina. Es un legado de enorme valor patrimonial.
Hoy en día, el radio, descubierto por Marie Curie durante su investigación doctoral, ya no se utiliza en Francia, ya que ha sido reemplazado por elementos más seguros y manejables, explica Ammerich.
Y, por supuesto, la forma en que los científicos trabajan con elementos radiactivos ha cambiado por completo, afirma.
"Si Marie Curie fuera hoy estudiante de doctorado, primero tendría que solicitar una serie de permisos para poder trabajar con estos materiales radiactivos", afirma Ammerich.
Además, agrega, "sólo podría realizar su investigación en un laboratorio autorizado, con todo el equipo de seguridad y ventilación necesarios. Ciertamente no manipularía los materiales en una mesa ni en un banco de laboratorio", sino que usaría un contenedor sellado con el material radiactivo en su interior.
Cuando planificamos la visita, Huynh dijo que podíamos medir cualquier cosa que quisiéramos en el laboratorio, la oficina y el archivo, siempre que pudiera hacerse de manera segura.
Dos fotógrafos nos acompañaron y documentaron nuestras pruebas, que terminaron durando seis horas, mientras recorríamos las fascinantes investigaciones y descubrimientos de Marie y Pierre Curie.
Dada la riqueza de objetos del archivo, decidí centrarme en cosas que puedan transportarnos a dos períodos cruciales en la historia de los Curie: sus primeros años, cuando descubrieron juntos el radio; y el tiempo en que ella dirigió las investigaciones en el Instituto del Radio, en solitario, después de la muerte de su marido en 1906.
Ammerich ha traído un maletín lleno de diferentes detectores. Uno es un contador Geiger amarillo, del tamaño de la palma de la mano, para dos tipos de mediciones.
La primera de estas pruebas detecta si hay radiación presente, en forma de rayos alfa, beta o gamma.
Si un objeto registra un nivel de radiactividad superior, la segunda medición que realizamos muestra el impacto potencial de estos rayos en el cuerpo humano, medido en microsieverts por hora.
Esto ayuda a comprobar si el nivel de radiactividad de un objeto supone un riesgo para la salud humana, aumentando potencialmente el riesgo a largo plazo de cáncer.
También utilizamos un espectrómetro, que puede recoger información más detallada, como por ejemplo qué elemento radiactivo se está midiendo. Y probamos algunas superficies no radiactivas, como control.
Ammerich había probado previamente todos los objetos que examinamos como parte de su evaluación de la colección. También evaluó si los objetos débilmente radiactivos representaban un riesgo para los visitantes y el personal del museo.
"No hay ningún peligro, nada", afirma.
Tampoco corrimos ningún riesgo al medir estos objetos: lo hicimos simplemente para que yo pudiera comprender los rastros radiactivos e informar sobre ellos.
En una oficina encima de los archivos del museo, Huynh abre una caja que tiene una pequeña pegatina de advertencia de radiactividad en el costado.
Contiene un documento descolorido y escrito a mano, una nota de laboratorio escrita por Marie y Pierre Curie en 1902.
"En la parte superior de la página se ve la letra de Pierre Curie y debajo está la de Marie", dice, señalando las líneas descoloridas.
Ambos compartían a menudo cuadernos, explica: "En sus notas de laboratorio, se ve muy claramente cómo trabajaban juntos como iguales, con respeto mutuo. Fue una colaboración científica auténtica y muy respetuosa, un verdadero intercambio".
Cuando Pierre Curie fue nominado al Premio Nobel junto con Becquerel en 1903, "fue él quien insistió en que su esposa también debía ser incluida", añade Huynh, lo que llevó a que los tres juntos ganaran el prestigioso premio, que nunca antes se había otorgado a una mujer.
La nota, que data de aquellos primeros años en el hangar, captura un momento crucial de su investigación, explica Huynh: "Es donde calcula el peso atómico del radio", un paso clave en su búsqueda para demostrar la existencia de este nuevo elemento, dice.
Marie Curie escribe el resultado en 223.3, muy cerca del peso tal como lo conocemos hoy, 226.
"Es un documento extraordinario", afirma Huynh. "Es el cálculo que demuestra que, sí, tiene un peso atómico que lo diferencia de otros elementos, que le da un lugar en la tabla periódica, y además está escrito durante un período de tanta energía intelectual".
De hecho, Frédéric Joliot, el hijo de Curie, hizo una impresión de esta nota de laboratorio con una placa fotográfica en la década de 1950 para mostrar la contaminación, y también la midió con un contador de ticks Geiger, posiblemente convirtiéndolo en la primera persona en investigar la herencia radiactiva de su familia.
"Es conmovedor escuchar el mismo radio extraído y manipulado por Pierre y Marie Curie", dándose a conocer a través del sonido del detector, escribió entonces.
A medida que medimos los objetos, también tomamos medidas de superficies que no tienen nada que ver con los Curie y su legado, para tener algo con qué comparar nuestras otras lecturas.
Un suelo parisino de madera en un edificio que los Curie nunca utilizaron da una lectura de microsievert de 0.11 por hora.
Esta es la radiación de fondo a la que una persona promedio está expuesta todos los días, proveniente de fuentes naturales como la radiación terrestre y cósmica, dice Ammerich.
Señala que nosotros los humanos también somos radiactivos, ya que contenemos elementos radiactivos como el potasio.
En Francia, el límite legal de exposición de una persona a la radiactividad, además de la exposición natural y médica, es de 1 milisievert (1.000 microsievert) por año para el público.
Para los trabajadores de instalaciones nucleares, es de 20 milisievert (20.000 microsievert) por año.
Colocado en un tramo normal de pavimento fuera del edificio, la lectura aumenta ligeramente, a 0,19 microsievert por hora. Esto se debe a que los pavimentos parisinos están hechos de granito, que puede contener elementos radiactivos como el uranio, dice Ammerich.
Nos turnamos para colocar con cuidado el contador Geiger sobre la nota de laboratorio de los Curie y el artefacto empieza a zumbar, habiendo detectado niveles de radiactividad superiores al fondo, especialmente hacia la parte inferior de la página, donde las manos humanas pueden haberlo tocado más.
En el museo medimos las áreas públicas por donde caminan los visitantes. Se miden a niveles de fondo, de aproximadamente 0,11 microsieverts por hora: "Ese es el nivel de radiactividad natural, del suelo, del sol, de la gente que nos rodea, con su potasio", dice Ammerich.
El respaldo de la silla de oficina de Marie Curie; el pomo de la puerta y un instrumento llamado electrodo de cuarzo piezoeléctrico que los Curie usaban para medir la radiactividad todos ellos tienen valores por encima de estos niveles de fondo, pero todavía dentro de rangos seguros.
Pero la evaluación general de la seguridad de un determinado lugar u objeto no se basa únicamente en estas mediciones, explica Ammerich. Se estima en función de una serie de factores, que incluyen la duración de la exposición, la distancia al objeto y qué partes del cuerpo están expuestas a él.
Los diferentes tipos de rayos también importan: los rayos alfa pueden ser detenidos en gran parte por la piel humana y completamente por una hoja de papel, explica.
Los rayos gamma son más penetrantes, pero pueden ser detenidos por el hormigón o el plomo.
El radio, principal fuente de contaminación del patrimonio de los Curie, proporciona rayos alfa, beta y gamma, pero principalmente alfa. La evaluación de riesgos de Ammerich para los visitantes y el personal del museo se basó en mediciones aproximadas de todos los objetos, a través de estos factores integrales, y encontró que no había ningún riesgo.
Los propios Curie se dieron cuenta de que sus materiales radiactivos, como sales de radio y gases radiactivos, estaban contaminando todo lo demás en el cobertizo.
"El polvo, el aire de la habitación, la ropa son radiactivos", relata Marie Curie sobre su tesis médica de 1903.
Sin embargo, en esta etapa, los Curie no estaban preocupados por su seguridad: su única preocupación era que la contaminación pudiera confundir sus resultados científicos.
Marie Curie y otros informaron, con el tiempo, que sus manos estaban "callas, endurecidas y profundamente quemadas por el radio".
Pierre Curie colocó repetidamente pulsos de radio contra su piel para probar el efecto. En su piel aparecieron lesiones rojas con apariencia de quemaduras.
Esto no pareció asustarlo; por el contrario, él y otros científicos pensaron que este efecto podría ser útil para tratar tumores, una idea que condujo a los primeros tratamientos efectivos contra el cáncer.
Sólo más tarde los científicos descubrieron que la exposición al radio y a otros materiales radiactivos también puede aumentar el riesgo de padecer cáncer.
Los Curie veían el radio que acababan de descubrir con esperanza y asombro: emitía calor y brillaba hermosamente en la oscuridad.
Por la noche, entraban en el cobertizo para maravillarse con las botellas y tubos de radio que rebotaban en los estantes y las mesas destartaladas, "como tenues luces de hadas", observó Marie Curie.
No todo el legado de los Curie se conserva. Incluso hoy en día algunos terminan en instalaciones de residuos nucleares, en casos en que las preocupaciones de seguridad pública superan la protección del patrimonio.
El día anterior a mi visita al Museo Curie y su archivo, me reuní con expertos de Andra, la agencia de recogida de residuos radiactivos de Francia.
Andra supervisa el manejo de residuos radiactivos procedentes de las centrales nucleares francesas, así como de laboratorios de investigación, hospitales, etc.
Aproximadamente una vez a la semana reciben una llamada de personas que han encontrado antigüedades potencialmente radiactivas en sus casas, como relojes de la década de 1920, cuando el radio se consideraba inofensivo.
Incluso se utilizó en cosméticos y en fuentes de soda especiales que contenían radio, para producir agua radiactiva, que se creía que era saludable.
Los expertos de Andra analizan estas reliquias y colocan las contaminadas en instalaciones de residuos radiactivos. En algunos casos se descontaminan antigüedades —como fuentes—quitándoles el radio y luego se donan al Museo Curie.
"Seguimos los pasos de Marie Curie", afirma Nicolas Benoit, experto en Andra.
"Cada vez que visitamos un sitio donde hay radio, pensamos en ella", agrega. "No nos irrita porque, al fin y al cabo, manejaron el radio de forma un tanto descuidada, pero en aquel entonces no eran conscientes de sus peligros".
Hace una pausa y luego continúa: "Y también hay un poco de orgullo, porque es como si estuviéramos cerrando el círculo, como si estuviéramos terminando su trabajo", cuidando los objetos contaminados.
En 2020, Benoit dirigió una operación inusual: una visita a la casa de Hélène Langevin-Joliot, física nuclear y parte de la dinastía de científicos Curie.
Es nieta de Pierre y Marie Curie. Sus padres, Irène Joliot-Curie y Frédéric Joliot, ganaron un premio Nobel conjunto en 1935 por su descubrimiento de la radiactividad artificial.
De hecho, Irène agradeció a su madre, Marie, por compartir con ella su reserva de polonio raro, lo que ayudó a Irène y a Frédéric con la investigación que condujo al descubrimiento.
El amor por la ciencia se transmitió en la familia, junto con las amistades con otros científicos y sus familias, incluido Albert Einstein.
Langevin-Joliot tenía en su casa varias reliquias familiares de sus padres y de sus abuelos, que sospechaba podrían estar ligeramente contaminadas.
No estaba preocupada por sí misma, ya que había vivido con ellos durante muchos años, tenía buena salud y consideraba que el riesgo era bajo.
Pero ella no quería dejarlos atrás y obligar a otros a lidiar con ellos. Después de hablar con Huynh, el director del museo, invitó a los expertos de Andra a su casa para medir las reliquias.
"Es uno de los mejores recuerdos de mi vida", dice Benoit sobre la operación. "Fue realmente conmovedor para nosotros. No es algo que se pueda hacer todos los días".
Analizaron un armario que había pertenecido a Marie Curie (existen fotos de ella de pie junto al mismo, dice) y que había pasado de generación en generación en la familia.
"Lo empaquetamos y lo analizamos. La contaminación estaba sobre todo en las puertas, en los pestillos, en los cajones... en todos los lugares que ella [Marie Curie] tocó", dice.
"Intentamos descontaminar la madera sin dañarla, pero no fue posible", porque los restos de radio se hundieron, añade.
La preocupación era que dejarlo allí podría significar que terminaría con un futuro propietario que podría no saber sobre su pasado y podría usar o procesar la madera de formas que propagaran la contaminación.
Con el consentimiento de Langevin-Joliot, el armario fue cortado en pedazos e incinerado en un depósito de residuos radiactivos, explica Benoit: "El armario ya no existe. Es una pena, se estaba desgastando, pero así es".
A veces se describe al radio como el elemento natural más radiactivo que se haya descubierto.
Pero Benoit desafía esa descripción. Desde una perspectiva de seguridad, "decir que un elemento es más radiactivo que otro realmente no tiene sentido", dice, ya que estimar la radiactividad es más complejo que simplemente medir el nivel de actividad de un elemento (la velocidad a la que se desintegra el elemento radiactivo, medida contando el número de desintegraciones por segundo).
También hay que tener en cuenta su vida media, el tiempo necesario para que la mitad se descomponga (en el caso del radio, 1.600 años), dice, así como el impacto real sobre los humanos, que a su vez depende de una serie de factores.
"Si tomamos el carbono-14, por ejemplo, sí, es un elemento que emite radiación. Pero solo a una distancia muy débil, de apenas unos centímetros", afirma.
Pone su dedo sobre la mesa, entre nuestras tazas de café. "Entonces, si lo pusieran aquí, podríamos sentarnos donde estamos y no correríamos ningún riesgo".
Hay un lado trágico en el legado de los Curie.
Ya en los primeros días de trabajo con el radio en el cobertizo, Pierre empezó a notar que se sentía cada vez más enfermo. Marie también sentía una fatiga misteriosa. Murió a los 66 años, de leucemia, un cáncer de la sangre.
Puede que no haya sido el radio lo que la mató: Huynh dice que el culpable probablemente fue su trabajo con rayos X durante la Primera Guerra Mundial, que la habría expuesto al tipo de radiación que se sabe que aumenta el riesgo de leucemia.
Irène y Frédéric Joliot-Curie murieron a finales de la década de 1950, también de cáncer. Antes de su muerte, Frédéric se dedicó especialmente a mejorar las normas de seguridad y los equipos para las personas que trabajaban con radio, afirma Huynh.
En la actualidad, los Curie están enterrados en una cripta del monumento del Panteón de París, en ataúdes de plomo, para bloquear cualquier posible radiación procedente de rastros de sus cuerpos.
Anteriormente fueron enterrados en un cementerio a las afueras de París. En la década de 1990, antes de ser trasladados al Panteón, los expertos en radiación exhumaron y analizaron sus cuerpos, detectando cierta contaminación radiactiva, antes de enterrarlos en los ataúdes de plomo.
Para Ammerich, la experiencia de manipular las pertenencias de la pareja sigue siendo muy conmovedora. "Cuando leí el diario de Marie Curie, donde escribe sobre la muerte de su marido, para ser sincero, se me saltaron las lágrimas", confiesa.
En su opinión, sería una pena eliminar los pequeños rastros que quedan en su oficina de París: "Imaginen que limpiaran todo y que en el futuro no hubiera nada que probara lo que pasó aquí".
Beaufils, el museólogo, también destaca la importancia de salvar y proteger este tipo de patrimonio radiactivo.
"Desde un punto de vista histórico, nuestras sociedades se construyen sobre este tipo de objetos y recuerdos del pasado. Si no protegemos nuestro patrimonio material, seremos una nación, una sociedad, sin ninguna profundidad histórica", afirma Beaufils.
"Y una sociedad sin profundidad destruirá el desarrollo y la prosperidad", tanto desde el punto de vista social como tecnológico, añade.
Huynh ve al Museo Curie como "un vínculo entre el pasado y el futuro", especialmente dada su ubicación en un concurrido campus de investigación del cáncer, el Centro de Investigación del Instituto Curie.
Cuando visito el lugar, veo a investigadores deambulando por el jardín de rosas junto al laboratorio de Marie Curie, vestidos con vaqueros y camisetas, no con trajes y vestidos largos, como habrían usado siempre. Huynh me dice que también hay laboratorios activos en los pisos superiores e inferiores del museo.
"Muchos investigadores aquí están muy orgullosos de este patrimonio", afirma. "Es una especie de 'espíritu Curie'."
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