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El mundo tras la "Guerra de los 12 días": ¿y ahora qué?

Los enfrentamientos entre Israel e Irán, y la decisiva intervención estadounidense en el conflicto, dejaron ganadores, perdedores y un orden global en revisión.

Sábado 28 de Junio de 2025

12:16 | Sábado 28 de Junio de 2025 | La Rioja, Argentina | Fenix Multiplataforma

Las tres partidas de ajedrez simultáneas de las que hablábamos la semana pasada terminaron más rápido de lo que parecía y con resultados disputados, porque los tres jugadores aseguran haber ganado sus respectivos encuentros. Un análisis riguroso muestra que hay dos ganadores y un perdedor claro, aunque ni las victorias ni las derrotas fueron tan contundentes como podrían haber sido en esta guerra.
 
Durante los primeros nueve días, sólo dos de los tres jugadores movieron sus piezas: Benjamin Netanyahu, con una ofensiva letal que en poco tiempo asestó al régimen iraní golpes de los que le costará recuperarse, y el ayatolá Ali Khamenei, cuya única defensa fue tratar de causar el mayor daño posible a la población israelí. Hasta ese momento, Donald Trump, el tercero, se había mantenido pasivo, entre la frustración con la intransigencia iraní en la mesa de negociaciones y la molestia con Netanyahu por avanzar en la Operación León Ascendente sin esperar a que se cayeran definitivamente las conversaciones.
 
Israel necesitaba que Washington se sumara a la guerra con sus bombarderos B-2 Spirit —la joya de la aviación estadounidense— para destruir rápidamente las centrales de enriquecimiento de uranio mejor resguardadas por Irán, principalmente la de Fordo, enterrada 70 metros bajo tierra en un monte cerca de la ciudad sagrada de Qom. En su defecto, se conformaba con que Trump le diera tiempo para continuar los ataques y poner en marcha un método alternativo para penetrar esa fortaleza subterránea. Irán ya no sabía cómo hacer para implorarle por debajo de la mesa que forzara a los israelíes a detenerse.
 
Pero desde el sábado por la noche hasta el final de la que él mismo denominó como “la Guerra de 12 días”, el presidente estadounidense pasó a dominar la escena por completo. La “Operación Martillo de Medianoche” envió sin escalas desde Misuri hasta el centro de Irán a un escuadrón de siete B-2 Spirit que lanzaron 14 bombas antibúnker GBU-57 —de casi 14 toneladas cada una— a las instalaciones nucleares de Fordo y Natanz. Al mismo tiempo, un submarino disparaba misiles Tomahawk a la planta de Isfahan.
 
 
Irán bajo fuego israelí en el inicio de la "Guerra de los 12 días".
 
Israel aprovechó el momentum para reforzar los bombardeos contra blancos estratégicos, incluyendo infraestructuras militares, reactores de agua pesada, generales de la Guardia Revolucionaria y científicos nucleares. Khamenei se tomó 48 horas para calibrar su respuesta. No era para menos. El futuro de un régimen ya muy debilitado se jugaba en ella. Tenía que atacar de alguna manera para mantener mínimamente el estatus de potencia regional que desafía a Occidente, pero al mismo tiempo, un ataque que causara un daño significativo a intereses estadounidenses podía provocar una intervención mucho más decisiva de Washington en el conflicto.
 
La decisión final fue una muestra de que los ayatolás son fanáticos religiosos, pero no son tontos ni mártires. Quieren conservar el poder como sea. Así que el lunes ejecutaron una coreografía: dispararon misiles de corto alcance contra la base aérea de Al-Udeid, en Qatar, que es la más grande y mejor protegida de Estados Unidos en Oriente Medio y que previamente había sido vaciada. El resultado: varias intercepciones con los sistemas Patriot que ya estaban preparados y ningún daño causado.
 
El ataque fue presentado para consumo local como una muestra de la valentía iraní, pero para humillación del líder supremo, Trump publicó un mensaje agradeciéndole por haber avisado previamente para asegurarse de que nadie saliera lastimado. Era la señal que necesitaba, no sólo para dar por concluida su participación en la guerra, sino para terminar el enfrentamiento en su totalidad. Para sorpresa de todos, esa misma noche anunció que desde el martes a las 7.00 de Israel comenzaría un cese de hostilidades que, 12 horas más tarde, se volvería definitivo.
 
No tuvo que hacer ningún esfuerzo para convencer a Teherán, que necesitaba que todo terminara lo antes posible para frenar la hemorragia. El desafío era parar a Netanyahu, que estaba convencido de que si seguía presionando unos días más el régimen podía quedar al borde del precipicio. La tregua fue mucho más difícil de tragar luego de que un misil lanzado justo antes de su entrada en vigor cayó en un barrio residencial en Beersheva, dejando cuatro muertos y decenas de heridos. El lanzamiento de tres misiles que no provocaron destrozos en las tres horas siguientes llevó a Israel Katz, ministro de Defensa, a denunciar una violación del alto el fuego y a prometer un fuerte ataque en respuesta.
 
Fue entonces cuando Trump realizó su jugada más audaz: en un hecho sin precedentes para un presidente estadounidense, le exigió públicamente al Estado de Israel que no ataque. “NO LANCEN ESAS BOMBAS. SI LO HACEN, SERÁ UNA VIOLACIÓN GRAVE. ¡TRAIGAN A SUS PILOTOS A CASA, YA!”, escribió en su red social. Inmediatamente levantó el teléfono y llamó a Netanyahu, que no tuvo más remedio que ceder y limitarse a dispararle a un radar sin importancia. Aun teniendo una de las Fuerzas Armadas más poderosas del mundo, lo único que no puede poner en riesgo Israel es la alianza estratégica con Estados Unidos. Poner fin a una guerra que amenazaba con desestabilizar a toda la región y al mercado mundial, después de haber realizado una acción militar que contribuyó a reducir significativamente la amenaza del plan nuclear iraní, es sin dudas el primer gran éxito geopolítico del segundo mandato de Trump.
 
Eso sí, tendría que dar una batalla interna para contrarrestar relatos alternativos sobre la eficacia de los ataques. The New York Times y CNN publicaron el miércoles un informe preliminar de una agencia de inteligencia que sugería que los daños provocados por la Operación Martillo de Medianoche podrían haber sido menores y que el programa nuclear iraní sólo se habría visto retrasado algunos meses. Como suele hacerlo, Trump acusó a ambos medios —marcadamente opositores— de ser “Fake News” e insistió en que las instalaciones nucleares fueron obliteradas, palabra que adoptó entre sus favoritas.
 
Faltaba la evaluación final de Israel, que si algo demostró en los 12 días de guerra es que posee infiltrados de sobra en territorio iraní. La Comisión de Energía Atómica de Israel publicó un informe afirmando que los ataques conjuntos “retrasaron la capacidad de Irán para desarrollar armas nucleares por muchos años”. Al día siguiente, la CIA respaldó esa afirmación con evidencia adicional. Hasta la Cancillería iraní, a través de Esmail Baqai, su portavoz, admitió en una entrevista con Al Jazeera que las instalaciones habían sido “gravemente dañadas”. Las filtraciones citadas previamente parecen ser menos el resultado de análisis rigurosos que el fruto de las internas que hay dentro del aparato de Defensa estadounidense y entre éste y el Gobierno.
 
Para dar una prueba de vida y cortar con los rumores que había en torno a su ausencia mediática, el jueves reapareció Khamenei. En un mensaje televisado proclamó que Irán había obtenido una victoria sobre sus enemigos y aseguró que “el régimen sionista” (como no reconoce el derecho de Israel a existir, no lo llama nunca por su nombre) fue noqueado y aplastado bajo los golpes de la República Islámica. Que haya tenido que tomarse 48 horas para hablar, y que lo haya hecho desde un lugar oculto, es mucho más indicativo del estado en el que quedó su régimen que cualquier cosa que pueda decir.
 
El contraste con Netanyahu, que se mostraba recorriendo los edificios destruidos por Irán entre misil y misil, es igualmente elocuente. “Hemos relegado al olvido el proyecto nuclear iraní y, si alguien trata de reactivarlo, actuaremos con la misma determinación y fuerza para frustrar cualquier intento de este tipo. Lo repito: Irán no tendrá armas nucleares”, dijo en su primer mensaje después del cese de hostilidades. Volviendo a las mesas de ajedrez, a Netanyahu puede quedarle un sabor agridulce. Parecía encaminado a un triunfo espectacular sobre Trump y sobre Khamenei, pero terminó firmando tablas con el estadounidense y ganándole al ayatolá, aunque sin dejarlo completamente fuera de juego como hubiera querido.
 
En el caso de Trump, la decisión de atacar con éxito las instalaciones nucleares iraníes y hacerlo sin pagar ningún costo en términos de represalias por parte de los persas, y haber conseguido al mismo tiempo forzar a Netanyahu a una paz frente a la que no estaba tan convencido, lo muestra como el jugador hábil que no puede ser nunca subestimado, que siempre fue. Porque, aunque tuvo que ir a una guerra a la que no quería ir —y esa fue una victoria de Netanyahu—, termina siendo una guerra que se resuelve en las condiciones que él pretendía más que el primer ministro israelí. Por eso hablamos allí de un empate y de una victoria clara sobre los iraníes, pero que es una victoria que al mismo tiempo le tiende un salvavidas a Khamenei, que le permite hoy conservar su régimen y sacarse de encima, al menos por ahora, la presión israelí.
 
Para el líder supremo, que sin dudas temió por su capacidad de conservar el poder, sobre todo a medida que los ataques israelíes se volvían más letales contra sus colaboradores más cercanos y contra toda su infraestructura militar y represiva, haber logrado mantener el control —y, sobre todo, que Netanyahu no haya podido convencer a Trump de ir por una guerra y una campaña militar más agresiva y prolongada que terminara de empujar al régimen por el precipicio— le permite, al menos, que su derrota no lo deje fuera de competencia.
 
Lo que se viene tras la corta guerra
Todo lo sucedido lleva a explorar respuestas para la pregunta planteada en el título. ¿Qué viene ahora? Para empezar, un Oriente Medio que no cambia radicalmente en su dinámica, en términos de que va a seguir teniendo un Irán que no va a dejar de buscar el debilitamiento de Israel y la ampliación de su influencia, sobre todo en el mundo islámico, usando a Israel como anzuelo para ello. Pero que lo va a tener que hacer desde una posición de mucha mayor fragilidad, con menos recursos. Probablemente esté obligado, por tanto, a una mayor cautela. Ejercicio que los iraníes saben utilizar tácticamente, como se vio en el prudente ataque sobre la base estadounidense en Qatar.
 
Sobre todo porque Israel demostró que tiene una capacidad de dañarlo mucho mayor a la que el régimen pensaba. Y, más importante, que ya tiene la decisión política de meterse con Irán y que sabe que puede hacerlo a un costo relativamente bajo, por lo que puede volver al ataque en cualquier momento. Lo que va a llevar al régimen a tener que ser mucho más cuidadoso en las acciones que toma. Porque lo que ha demostrado es que puede alabar a los mártires, pero que Khamenei no es ningún mártir.
 
Desde la perspectiva israelí, tampoco cambia radicalmente la situación. Va a seguir teniendo que convivir con el fantasma del terrorismo, con la ventaja de que es una amenaza mucho menor que antes del 7 de octubre. En términos de la capacidad de un ataque a gran escala del terrorismo hoy, no parece posible por ningún costado. En ese sentido, la situación de seguridad de Israel en Oriente Medio hoy es muy, pero muy superior a la que era antes del 7 de octubre.
 
El desafío para Israel es ahora volver de a poco a la normalidad. Para lo cual todavía tiene que resolver el gigantesco problema de Gaza, que va a ir volviendo de a poquito a ocupar la atención de todos en Oriente Medio. Y que sigue siendo un problema de difícil resolución, con medio centenar de rehenes que continúan en territorio gazatí, con Hamás que sigue en control del enclave, y con la compleja situación diplomática que significa tener, por un lado, razones para que muchos países de la región quieran seguir normalizando relaciones con Israel.
 
Ese es un objetivo importante del gobierno. Pero, a la vez, el problema que significa que la mala prensa que generan los ataques sobre Gaza —a diferencia de los ataques sobre Irán— hace que, al menos por un tiempo, a muchos gobiernos les va a resultar difícil acercarse y normalizar relaciones con Israel. Lo que significa que Israel, que ya ganó muchas guerras, tiene que terminar de ganar la guerra en Gaza. Y luego tendrá por delante una gran batalla diplomática y de relaciones públicas para volver a sentar en la mesa a los países árabes que están dispuestos a normalizar relaciones.
 
A esto se refirió Netanyahu en su último discurso: “Esta victoria abre la oportunidad para una expansión drástica de los acuerdos de paz. Existe una ventana de oportunidad que se abrió y no podemos desaprovecharla. No debemos desperdiciar ni un solo día”. Trump lo está presionando para que termine la ofensiva en Gaza en dos semanas. A cambio, le promete que conseguirá la liberación de todos los rehenes, que ingrese un consorcio de países árabes a administrar la Franja —corriendo definitivamente a Hamás— y que Siria y Arabia Saudita, entre otros, van a normalizar sus vínculos con Israel en el marco de los Acuerdos de Abraham. ¿Una hoja de ruta realizable o una fantasía? Con Trump nunca se sabe.
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