Pedro Fuentes sobre la infiltración del narcotráfico en la policía de La Rioja: “La droga no debe manchar el uniforme”
Internacionales
En el marco de una política de control del pasado que lleva adelante desde hace más de diez años, el gobierno creó por decreto un nuevo organismo que se ocupará de monitorear textos y eventos, en lo que llaman “defensa de los intereses nacionales”
Domingo 22 de Agosto de 2021
14:01 | Domingo 22 de Agosto de 2021 | La Rioja, Argentina | Fenix Multiplataforma
Si se le pregunta por Iósif Stalin a un historiador oficialista ruso, responderá que es el hombre que salvó al mundo del nazismo, conductor del Ejército Ruso en la Gran Guerra Patriótica, honrado con un busto en la Avenida de los Dirigentes en Moscú y un monumento en Yalta, en la península de Crimea anexada a Rusia en 2014.
Pero ¿y los muertos del gulag? ¿Y los de la hambruna ucraniana? El historiador repreguntará si acaso hay alguna gran potencia en el mundo que no haya padecido acontecimientos trágicos y errores políticos. Ante el nombre de Mijail Gorbachov vacilará, como quien rebusca en la memoria un dato sin importancia, y comentará que el colapso de la Unión Soviética fue un hecho antinatural y ahistórico.
La historia oficial en Rusia, que acaso aspire a ser hegemónica, según sugiere el anuncio de una nueva Comisión Interministerial para la Interpretación de la Historia, pone el foco en los hechos positivos, que trazan una línea de logros desde el zarismo, pasando por la URSS hasta la estabilidad de las dos décadas de Vladimir Putin. El resto es interpretación intencionada, como el mismo presidente escribió en 2020, para el aniversario 75 del triunfo de los Aliados:
El revisionismo histórico, cuyas manifestaciones observamos ahora en Occidente, y principalmente en lo que respecta al tema de la Segunda Guerra Mundial y su resultado, es peligroso porque distorsiona de forma burda y cínica la comprensión de los principios del desarrollo pacífico.
“La mitología histórica de Putin es más compleja de lo que parece”, previene a Infobae Nikolay Koposov, autor de Memory Laws, Memory Wars: The Politics of the Past in Europe and Russia (Leyes sobre la memoria, guerras sobre la memoria: la política del pasado en Europa y Rusia), actualmente profesor en Emory College. “Es bastante inclusiva en el sentido en que los hechos trágicos no necesariamente se minimizan. El Kremlin acepta el hecho de que la historia ha sido contradictoria, sólo silencia, excluye o rebaja algunos eventos que socavan su mitología sobre la guerra”.
En esa sutileza, precisamente, se ha abierto espacio una red que incluye la marcha anual Regimiento Inmortal, nombre que desde 2012 lleva la celebración del día de la victoria de 1945; organizaciones como la Fundación sobre la Historia de la Patria o la Sociedad Histórico-Militar Rusa (RVIO); una política de monumentos y muestras como El Nuremberg soviético o La guerra y los mitos; museos y parques temáticos como Rusia: mi historia o Patriota; superproducciones de cine como Sobibor, sobre el campo de concentración nazi y el levantamiento que lideró el militar soviético Alexander Pechersky; libros y programas de radio y de televisión. Y, ahora, la comisión interministerial.
¿Por qué hacer blanco en la Historia?
El foco de la nueva Comisión estará puesto en la educación histórica en un aspecto amplio, no sólo la currícula escolar, “a los efectos de asegurar un enfoque planificado y activo de lo que atañe a la defensa de los intereses nacionales de la Federación Rusa” que se relacionen “con la preservación de la memoria histórica y la divulgación en el ámbito de la historia”. El decreto que la fundó el 30 de julio le atribuye el derecho a enviar representantes a cualquier seminario, conferencia o actividad donde se hable de historia, y a solicitar datos a los organismos de seguridad.
“Siempre ha sido posible enviar a los representantes del gobierno a participar en cualquier evento vinculado a la historia: son abiertos al público”, señaló Koposov. “No creo que los estudios académicos sean el objetivo principal, aunque no quedan excluidos. Internet, en cambio, lo es cada vez más”.
A Claudio Ingerflom, historiador argentino especialista en historia eslava de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) y autor de El Zar soy yo: la impostura permanente, de Iván el Terrible a Vladímir Putin, lo sorprendió que el decreto revelara que para Putin “la comunidad cultural, educativa y académica rusa está tan comprometida en falsificar la historia y atentar contra los intereses de la nación que hace falta organizar un comité con las organizaciones de la seguridad del Estado que tenga derecho de contratar historiadores para elaborar respuestas contra ese peligro”.
Se otorga, destacó, una enorme importancia a lo ideológico. “Todos los poderes buscan un lazo que funcione como base social. Pero el neoliberalismo está destruyendo ese lazo social: las solidaridades horizontales se destruyen a nivel ideológico y a nivel material”, siguió Ingerflom. En la historia rusa, el zarismo lo centró en el poder designado por Dios, con la religión ortodoxa a su lado; los bolcheviques, en la creación del Paraíso en la Tierra.
“Hoy, como desapareció la idea de la emancipación y ni la situación mundial ni las características de la economía rusa permiten el bienestar de la mayoría de la población como lazo social, me parece que el gobierno se refugia una vez más en la religión, en el nacionalismo, en el pasado”, agregó.
Contra las narrativas anti-rusas
“La comisión es menos un gran cambio que un síntoma de algo que ha estado sucediendo desde hace un tiempo”, dijo a Infobae Anna Anurunyan, investigadora del Wilson Center y autora de The Putin Mystique (La mística de Putin). “Desde 2009 la atmósfera ha cambiado de una manera dramática, por no decir 180 grados”. Desarrolló:
La dirigencia rusa argumenta que se tiende a disminuir el papel del país en la Segunda Guerra Mundial y es en extremo sensible a estas supuestas “narrativas anti-rusas”. Desde su perspectiva, son parte de lo que llama la “guerra híbrida” contra Rusia, que emplea el poder blando sobre la población para preparar alguna clase de revolución o cambio de régimen. Por verlo como una ofensiva occidental encabezada por los Estados Unidos, la dirigencia es en extremo sensible, casi paranoica, ante cualquier clase de intento de revisionismo, principalmente sobre la guerra pero también se puede remontar hasta Iván el Terrible.
La noticia del nuevo organismo evoca la cita de Alexander Herzen, escritor del siglo XIX muerto en el exilio, que Anton Weiss-Wendt incluyó en su investigación sobre la manipulación de la historia desde el Kremlin: “El gobierno ruso, como una Providencia al revés, se ocupa del pasado, no del futuro”.
Weiss-Wendt, autor de Putin’s Russia and the Falsification of History (La Rusia de Putin y la falsificación de la historia), explicó: “No digo nada nuevo si señalo que, de todas las victorias supuestas a lo largo de la historia rusa, el régimen de Putin sólo puede atribuirse una, que se reconoce universalmente: la contribución soviética a la derrota de la Alemania nazi”. Se estima que hubo 27 millones de muertos, la mayor cantidad por país.
Precisamente para cuidar ese capital, que no es solamente simbólico, se ha creado este organismo que, además de historiadores y funcionarios, cuenta con representantes de las agencias de seguridad e inteligencia. En opinión de este académico del Centro Noruego sobre el Holocausto y experto en los países del Este, la política sobre la historia que ha mostrado el Kremlin desde 2009, cuando se creó una comisión similar a esta, tiene un origen singular. Lo explicó así:
Todo se reduciría a un único evento histórico que el régimen ha luchado con uñas y dientes para enterrar: los protocolos secretos del pacto Molotov-Ribbentrop de agosto de 1939, que dividieron Europa del Este entre Stalin y Hitler y sirvieron como base para la división de Europa en la posguerra, en las esferas de influencia del comunismo y de Occidente. Este es el talón de Aquiles de Rusia y de Putin que hace que la interpretación heroica de la Segunda Guerra Mundial, y por ende del mito fundacional de Rusia, se desmorone.
Koposov acordó con este razonamiento: “El Kremlin sólo minimiza aquellos hechos que carcomen su mitología sobre la guerra. Por ejemplo, su complicidad en el propio estallido de la guerra, algunos (no todos) de los crímenes que cometió el ejército soviético y el hecho de que la liberación de Europa del Este fue, al mismo tiempo, su ocupación”.
Se podría pensar que es una cuestión de orgullo patriótico o de ideología; puede que lo sea, pero también se juegan miles de millones.
Sigue el dinero
Lituania, Letonia y Estonia sufrieron en la guerra, reconoce Rusia, pero la intervención de la Unión Soviética los salvó de la aniquilación bajo los nazis y los incorporó a una nación que se convirtió en potencia: hasta la independencia en 1991, los gobiernos soviéticos industrializaron las zonas.
Los países bálticos, en cambio, creen que fueron víctimas de una ocupación que provocó muerte, atraso y destrozos ecológicos; una comisión gubernamental de Lituania estimó el daño en USD 30.000 millones. También Polonia reclama reparaciones por la masacre de Katyn —casi 22.000 vidas— que realizó el Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos (NKVD) de Lavrenti Beria.
Según fuentes oficiales rusas, en 2018 los reclamos de ocho países del Este de Europa rondaban los USD 425.000 millones; Weiss-Wendt mencionó que Lituania —que tuvo 130.000 deportados entre 1941 y 1953— llegó a hablar de USD 834.000 millones.
La lógica política se desenrolla hasta el presente: “Al criticar a Stalin y al estalinismo, se proyecta una sombra sobre todo el período soviético. Y puesto que Rusia es el Estado sucesor de la URSS, cualquier crítica al pasado soviético es efectivamente la crítica al régimen actual. La noción de Estado sucesor implica, entre otras cosas, una esfera de influencia continua y, al mismo tiempo, la negación de cualquier acto incorrecto al poner a todos estos países bajo el control soviético en primer lugar”, asegura el historiador noruego.
Desde esta perspectiva, los pueblos bálticos razonablemente rechazaron a Hitler y se incorporaron por su propia voluntad a la URSS en 1940; la división de Polonia entre Stalin y Hitler en 1939 no tuvo nada que ver con el estallido de la Segunda Guerra Mundial en cuestión de un mes; la masacre de Katyn no se diferenció del maltrato polaco a los prisioneros rusos soviéticos durante la guerra civil.
Cómo usar el nazismo contra las protestas pro-democracia
El razonamiento incluso se puede extender a la protestas pro-democracia de una década atrás, cuando se anunció que Putin buscaría un tercer mandato. La protección de la historia, que ahora requiere de una comisión interministerial, necesitó antes de un marco legal. Así se crearon o se enmendaron segmentos del código penal para condenar “la glorificación del nazismo y la profanación de símbolos de la gloria militar rusa” (artículo 354.1), “la exhibición y diseminación de símbolos nazis” (artículo 20.3) y “la incitación al odio étnico, racial y/o religioso” (artículo 282), entre otros. Todos ellos han servido para procesar a los opositores a Putin.
“Desde el punto de vista del régimen, la disidencia política se nutre de los intentos de ‘reescribir la historia’, en particular al negar el papel principal de la URSS en la liberación de Europa del fascismo/nazismo, lo cual invalida las incorporaciones territoriales soviéticas en 1939-40, y las posteriores a 1945″, analizó Weiss-Wendt.
Un mes antes del anuncio de la comisión, destacó el académico, se enmendó una ley de 1995 titulada de Conmemoración de la Victoria del Pueblo Soviético en la Gran Guerra Patriótica de 1941-1945. Su artículo 6.1, promulgado el 1 de julio, prohíbe “la negación del papel decisivo del pueblo soviético en la derrota de la Alemania Nazi y la misión humanitaria de la URSS en la liberación de los países europeos”, como también “equiparar los objetivos y las decisiones del liderazgo soviético con aquellos de la Alemania nazi”.
Koposov apuntó a un detalle sobre ese texto: muchas veces se lo simplifica como la asimilación del fascismo y el comunismo, pero nunca apuntó a eso. “Prohíbe la comparación de los objetivos del gobierno soviético durante la guerra, y en parte, implícitamente, los medios que usó para obtenerlos, con aquellos del nazismo. En otras palabras: protege el mito soviético-ruso de la guerra pero no protege la memoria del comunismo. A Putin el comunismo no le gusta en lo más mínimo”.
Sería difícil encontrar un historiador que favoreciera la asimilación de dos procesos tan diferentes. “El signo de igualdad entre nazismo y stalinismo es el resultado de políticas que intentan desprestigiar cualquier proyecto emancipador equiparándolo al nazismo, o es el resultado de la ignorancia y la significación de los hechos”, arriesgó Ingerflom.
Sin embargo, el punto parece ser otro, subrayó Ingerflom: “No hay que legislar en estos asuntos. Hay que dejar curso libre al debate. Legislar sienta un precedente, a partir del cual luego se podría prohibir cualquier tipo de discusión”.
Por ahora, esta es la discusión que se acalla, principalmente en internet: “Casi todos los casos en los que se ha aplicado el artículo 354.1 han sido contra bloggers. Y de las 40 veces aproximadamente que se usó entre 2015 y 2021, se hizo contra aquellos que acusaron a la URSS de complicidad en el inicio de la Segunda Guerra Mundial”, dijo Koposov.
La Primavera Árabe y la guerra híbrida
En la Rusia de Putin, observó Weiss-Wendt, “debilitar la historia ha sido un proceso tanto gradual como exponencial”. Incluso la población podría prestarle menos atención a lo que parece una manipulación de la historia desde la mirada de un observador externo. “Tras haber quebrado las libertades dentro de Rusia, el régimen se siente cada vez menos escrupuloso en lo que respecta a sus métodos. La careta se cayó cuando sin pudor alguno el régimen decidió eviscerar efectivamente la Constitución, en 2020, y aplastar cualquier fuente de oposición política hasta este mismo momento”, destacó.
Un punto importante en ese proceso se vio hace 10 años. Las manifestaciones de 2011 sucedieron simultáneamente a la Primavera Árabe, y el equipo del entonces primer ministro Putin tomó nota de un hecho: “Alguien en el Departamento de Estado, acaso la propia Hillary Clinton, hizo un comentario de apoyo a los manifestantes”, recordó Anurunyan.
La interpretación del entonces ex e inminente presidente -Putin era primer ministro, el presidente era Dmitri Medvedev- fue, poco más o menos, que ese aval era más de lo mismo: “Los Estados Unidos y sus aliados interferían en los países árabes del lado de los manifestantes, contra los regímenes en el poder. Al Kremlin le preocupó que Occidente pudiera aprovechar protestas similares a los fines de cambiar el régimen”.
Poco después surgió una expresión que sería clave, citó la periodista: la guerra híbrida, que define a todas aquellas formas de intervención no militares, entre ellas económicas, informativas, tecnológicas y humanitarias. Valeri Gerasimov, el general que hoy ocupa la jefatura del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas rusas, publicó en un medio militar el ensayo “El valor de la ciencia en la anticipación”, en el que sostenía:
Las “reglas de la guerra” han cambiado. El valor de los medios no-militares para lograr los fines políticos y estratégicos no sólo se ha incrementado, sino que en algunos casos excede la efectividad de las armas.
Y advertía:
En el Norte de África se han empleado las tecnologías de la información para influir sobre el Estado y la población. Debemos perfeccionar nuestras actividades en el espacio informativo, incluyendo la defensa de nuestros propios objetivos.
El concepto salió de los círculos militares y se fortaleció en 2014, ilustró Anurunyan, cuando los dirigentes rusos vieron en Ucrania “un golpe organizado por Occidente”. Completó: “Para ellos las naciones occidentales traicionaron sus promesas a Rusia y sacaron por la fuerza al aliado del Kremlin, Viktor Yanukovych. En ese momento se convencieron realmente de que sí, la guerra híbrida estaba pasando y Rusia estaba en peligro de caer víctima de esas prácticas”.
La “falsificación de la historia”
La tentación de establecer una verdad histórica, en singular, no es patrimonio de Rusia, recordó Ingerflom. “En Occidente se intentó muchas veces. Pero choca contra una tradición construida en los combates por la libertad de opinión, que conquistaron la constitución de una esfera pública independiente del estado. Es una tradición que el poder no regaló, que se conquistó en las luchas populares de los últimos dos siglos, a partir de la Revolución Francesa, y que concluyó con el reconocimiento de una identidad propia de la investigación científica”.
Es una tradición que no existe en Rusia, ni existió en la URSS, destacó el historiador argentino: ”El zarismo condenaba cómodamente a los intelectuales que emitían opiniones y escribían contra los valores del despotismo autocrático”.
Dio el ejemplo de Lenin, quien reunió a cientos de intelectuales que no acordaban con la política del gobierno soviético y los mandó al extranjero. “En su momento pareció muy represivo, pero si lo miramos desde ahora fue una medida muy clemente, porque lo que hizo Stalin menos de 10 años después fue avasallar el Instituto del Profesorado Rojo, un logro de la Revolución Rusa, y desterrar, torturar o fusilar a decenas y decenas de historiadores, en particular a aquellos que se dedicaban a la historia del populismo ruso, el movimiento revolucionario y el movimiento obrero”.
Stalin también hizo algo que hoy recupera una extraña vigencia. Al contar por qué eligió el título de su libro, Weiss-Wendt recordó que, cuando el 21 de enero de 1948 el Departamento de Estado publicó la colección de documentos “Relaciones nazi-soviéticas de 1939 a 1941”, la Oficina Soviética de Información respondió velozmente, el 9 de febrero, con un texto que Stalin en persona editó y tituló “Falsificadores de la historia”.
Allí se hablaba de “enemigos de la democracia” que “le tenían un miedo mortal a la verdad histórica”. Para que no quedaran dudas sobre sus destinatarios, fue traducido al inglés para su distribución diplomática.
“El panfleto de 1948 no es una revelación”, escribió el académico noruego. “Lo que distinguió a esta publicación de muchas otras es que constituía un ejemplo de construcción de la historia, representaba la opinión personal de Stalin, estaba dirigida específicamente a Occidente y formaba parte del discurso emergente de la Guerra Fría”. A 70 años, agregó, esa expresión resurgió como “uno de los latiguillos utilizados por el régimen de Putin”.
El kitsch soviético
En esas décadas no hubo únicamente situaciones como el proceso contra los historiadores, por el cual un grupo de investigadores de la Universidad de Moscú fue enviado a Siberia en tiempos de Nikita Jrushchov o la persecución al Instituto de Historia bajo su sucesor, Leonid Brezhnev, dos episodios que citó Ingerflom. Hubo también elementos positivos pero, cuando la línea oficial de la historia se derrumbó con la URSS a finales de los ochenta y comienzos de los noventa, no fue posible verlos.
“No sólo se volvió aceptable cuestionar la narrativa soviética sino que se hizo casi necesario”, apuntó Arununyan. “Para asimilar la represión de Stalin. La necesidad de enfrentar este trauma histórico enorme significó que los medios, el gobierno y las élites tuvieran una perspectiva negativa de la historia. Hubo una tendencia a obsesionarse, lo cual fue una reacción natural dado que había sido encubierto durante tanto tiempo”.
El gobierno de Putin, agregó, ha sido muy cuidadoso al conmemorar de varias maneras a las víctimas del stalinismo; sin embargo, “también ha insistido en que no es todo tenebroso y que hay que respetar esa historia”. Es poco realista esperar que un pueblo entero piense en su pasado colectivo como un tren fantasma constante: “No es así como los seres humanos procesamos el trauma. La manera saludable de procesar el trauma es aceptarlo como parte de un todo. Ver a la URSS no sólo como una instancia de terror sino también como el primer hombre en el espacio, como infraestructura. Hay que mirarlo más objetivamente”.
Mientras no se encubra el pasado, no se reescriban los documentos o se borre gente de la foto, “no tiene nada de malo celebrar la historia”, agregó la periodista rusa, que dijo un ejemplo del modo en que eso sucede sin tener relación alguna con la propaganda oficial: “En Moscú hay una gran cantidad de kitsch soviético: supermercados de la era soviética, cafeterías, restaurantes, tiendas que han reabierto rediseñados. Para mí es algo maravilloso”.
Una política de la historia dictada desde el poder, en cambio, le parece otra cosa. “Gradualmente el intento de mirada objetiva se fue moviendo en la dirección opuesta, apretando los tornillos a los esfuerzos por revisar el pasado, a darle una lavada de cara que se concentre en lo positivo”.
Koposov no se cuenta entre la gran cantidad de gente (entre ellos, expertos) que creen que movimientos como el que impulsa Regimiento Inmortal sean de base. “Lo dudo”, dijo. “Puede ser que mucha gente haya interiorizado el discurso del Kremlin, pero eso no hace que sea su discurso. Sólo significa que han tragado sin reparos lo que ven en la televisión”. Las actividades y productos culturales “han preparado el terreno para la comisión”.
La gente joven, en particular los Centennials rusos, “no han conocido otro gobierno, ni otra interpretación avanzada de la historia, más que la de Putin”, agregó Weiss-Wendt. Sin embargo, personalmente cree que la sacralización del papel soviético en la guerra “se ha convertido en un culto yermo que no interesa a las generaciones más jóvenes”.
Una comisión orwelliana con un director muy polémico
La nueva Comisión Interministerial para la Interpretación de la Historia parece reeditar la Comisión para Luchar contra los Intentos de Falsificación de la Historia en Detrimento de los Intereses de Rusia, que el presidente Dmitri Medvedev creó 2009, cuando Putin era primer ministro. El historiador Nikolai Svanidze, uno de los miembros, dijo a Radio Free Europe (RFE/RL) que el grupo no hizo gran cosa —de hecho fue disuelto en 2012— pero que el nuevo “es completamente diferente”.
Ya no participan nombres del Consejo de la Federación y de la Duma (parlamento) y en cambio se ha incluido a “representantes de las fuerzas de seguridad, que sin dudas cambiarán el modo de funcionamiento de la comisión”. Entre ellos se destacan el Servicio Federal de Seguridad (FSB, sucesor del KGB), el ministerio del Interior, el Consejo de Seguridad, el Comité de Investigación, la Oficina del Fiscal General y el Servicio de Inteligencia Exterior (SVR).
Pero aunque salieron activos promotores de la “agenda mnemónica”, como el parlamentario Konstantin Zatulin y la historiadora anti-globalización Natalya Narochnitskaya, y se sumaron representantes de la Sociedad de Historia Rusa y de la RVIO, que no existían en 2009, “la continuidad es mucho más evidente que la ruptura”, aseguró Koposov.
“La composición refleja a la vez la creciente influencia de las agencias de seguridad y una tendencia general a una regulación más estricta de todos los aspectos de la vida pública”, diagnosticó Weiss-Wendt. “No me sorprende. Basta con mirar a los cinco años del Programa de Educación Patriótica para ver que el gobierno cada vez más pone organismos de peso a cargo de programas sobre la historia. Putin percibe la historia como parte de la gestión política, que como tal necesita ‘defensa’. Es otra manifestación de la mentalidad de asedio que cultivó el régimen de Stalin”.
Si bien el experto noruego esperaba “la creación de un Instituto de Política Histórica más que una comisión”, reconoce que, a diferencia de la primera comisión, que “no contaba con el respaldo de una norma”, la actual lo tiene: un decreto presidencial. “Más que la fugaz comisión de 2009, estos esfuerzos de ejercer control sobre la construcción de la Historia se retrotraen para mí a una mesa redonda de varios organismos gubernamentales que sucedió en diciembre de 2012, poco después de las protestas pro democracia de 2011-2012″. Allí se establecieron líneas que hoy se ven en acción.
La comisión está a cargo del ex ministro de Cultura, Vladimir Medinsky, hoy asesor presidencial y también funcionario de la Sociedad Histórico-Militar, una figura polémica desde que en 2017 el consejo de académicos de Rusia recomendó que se le retirara el doctorado.
Lo había recibido en 2011 por una disertación en Historia, pero cinco años más tarde el filólogo Iván Babitsky presentó una queja, avalada por dos historiadores, ante el Ministerio de Educación: la tesis era “un panfleto de propaganda”, con enormes tramos “simplemente poco académicos” y otros “directamente absurdos”. Se encontraron páginas sospechosamente parecidas a las de trabajos ajenos, lo cual hizo que se revisaran sus tesis anteriores: se hallaron otros posibles plagios.
Sin embargo, a pesar del pedido de la Comisión Superior de Certificación (VAK), el organismo oficial que podía quitarle el doctorado decidió que se lo confirmaba. El autor de la popular serie de libros Mitos sobre Rusia, hijo de uno de los liquidadores que acudieron a ayudar tras el desastre de Chernóbil, no perdió el favor del poder y, tras un período de asesoría presidencial, ahora resultó elegido para dirigir la nueva comisión.
¿Cómo y dónde se “interpretará” la Historia?
“Ya hemos visto a gente perseguida por decir algo inadecuado, y puede que veamos más, pero principalmente creo que se trata de centralizar y simplificar estas narrativas en los libros de texto y los medios”, opinó Anurunyan. “Y asegurar que los ministerios tengan acceso a estas áreas donde se diseminan las narrativas históricas”. La comisión ofrecería “una especie de supervisión simbólica para otorgar al gobierno más capacidad de hacer lo que, esencialmente, ya ha estado haciendo”.
Weiss-Wendt fue menos optimista: “Implica el control gubernamental de las libertades académicas en general y de las interpretaciones históricas (por lo general vinculadas a las causas y las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial) en particular. Hemos regresado efectivamente a la práctica soviética de una interpretación única y pre aprobada de la historia, aunque esta vez en lo que respecta a ciertos períodos de la historia rusa o ciertos aspectos de la historia soviética”.
Es esta una “reacción excesiva ante lo que la dirigencia rusa percibe como un cuestionamiento occidental al papel de Rusia, que se proyecta como un ataque”, continuó la periodista rusa, “los historiadores rusos sufren, porque se los ve como una quinta columna si están en desacuerdo con las líneas oficiales”.
Juegan en desventaja: “La actividad de la comisión es ‘contrapropaganda’”, citó Ingerflom el decreto que la creó. “Pero la investigación científica académica y la propaganda son dos nociones de campos totalmente diferentes”.
El historiador argentino encontró allí “otra huella soviética, una concepción positivista de la historia”. El decreto, por ejemplo, subraya el respeto por los hechos. “Pero los hechos existen por la significación que se les atribuye. El hincapié en los hechos, como si hablasen por sí mismos, como si fueran sujetos, es común al positivismo”.
La clave, entonces, es quién elabora esa significación: “¿La comunidad científica? ¿O la comisión formada por los detentores del poder político y de las instituciones de los organismos de seguridad? Por eso el decreto se refiere a un abordaje único y a una verdad en singular”.
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