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¿Putin es Hitler y quiere desatar la Tercera Guerra Mundial?

La tensión creciente entre Europa y Estados Unidos en torno a Ucrania tiene una raíz: profundas diferencias en cuanto a cómo interpretar el tipo de amenaza que representa Rusia.

Sábado 08 de Marzo de 2025

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12:00 | Sábado 08 de Marzo de 2025 | La Rioja, Argentina | Fenix Multiplataforma

“Rusia consagra el 40% de su presupuesto a armarse para la guerra. Piensa aumentar en más de un tercio sus ejércitos y su material bélico en 2030. ¿Quién puede creer que se detendrá en Ucrania? Rusia se ha convertido en una amenaza para Francia y para Europa”. 
 
Las palabras pronunciadas por Emmanuel Macron en un importante discurso a la nación este miércoles resumen el pensamiento generalizado en Europa occidental. Jefes de Estado, diplomáticos, analistas y periodistas coinciden en la misma lectura, que ve en Putin a un Hitler del siglo XXI. Según esta lectura de los acontecimientos, Ucrania es la primera ficha de un dominó que incluye a la totalidad del continente. El equivalente a lo que fue Polonia para la Alemania Nazi en 1939.
 
De esa interpretación se deriva una conclusión lógica: hay que hacer todo lo posible por frenar a Rusia en Ucrania. De lo contrario, seguirá expandiéndose y Francia terminará ocupada como en 1940. 
 
Desde esta perspectiva, la Tercera Guerra Mundial ya empezó, aunque no haya sido formalmente declarada. Por eso resulta tan inaceptable la postura de Trump, que esta semana cortó el envío de asistencia militar a Ucrania y además dejó de compartirle información de inteligencia, como parte de su estrategia de presión sobre Zelensky para forzarlo a negociar con Moscú. Sería la consumación de lo que planteaban los ultranacionalistas estadounidenses en los 40, que decían que el nazismo era un problema de Europa en el que no había que inmiscuirse.
 
¿Pero son acertadas estas analogías? La respuesta a esa pregunta es crucial. De eso depende la elección sobre el curso de acción más racional y conveniente para el mundo occidental. 
 
El riesgo de la profecía autocumplida
La comparación tiene sentido, porque la historia es siempre nuestro principal insumo para descifrar el presente. Y efectivamente hay similitudes. Putin es, al igual que Hitler, un dictador brutal con ambiciones expansionistas, que invadió un país soberano sin el más mínimo argumento legal o de autodefensa. 
 
Pero hasta ahí llegan los parecidos. Las diferencias son demasiado importantes como para obviarlas. Para empezar, Hitler fue una anomalía. Un líder que irrumpió en una de las mayores crisis de Alemania y de Europa y que tenía abiertamente un programa mesiánico y genocida. Desde el principio estuvo claro que su ambición era que la raza aria dominara el mundo exterminando a todas las razas consideradas inferiores, empezando por los judíos. Por eso empezó a construir campos de concentración ni bien llegó al poder y los convirtió en campos de exterminio masivo dos años después de comenzada la guerra. 
 
Putin asesinó opositores, persiguió minorías y separó a niños ucranianos de sus familias para borrarles la identidad. Son crímenes aberrantes. Pero es evidente que su programa no se parece en nada al nazi. Hitler demostró desde que asumió la intención de adueñarse de Europa a costa de aniquilar a cualquiera que se pusiera en su camino. En sus más de 25 años en el poder, Putin nunca demostró interés en ir más allá de la esfera de influencia rusa, ni mucho menos en crear una maquinaria diseñada para cometer un genocidio contra una población en particular. Su conducta es más parecida a la de otros dictadores rusos, lo que la vuelve más predecible. 
 
Putin no invadió un país de Occidente. Invadió un país que está dentro de su espacio de influencia política y cultural, que por esa razón nunca fue aceptado como miembro de la OTAN a pesar de sus legítimos esfuerzos por incorporarse. ¿Esa influencia le da algún tipo de derecho a Rusia para decidir sobre la vida y la muerte de los ucranianos? Evidentemente no. Ucrania es desde 1991 una nación soberana que tendría que poder decidir su destino como cualquier otra.
 
Pero que pertenezca al área de influencia rusa hace que la respuesta occidental no pueda ser la misma que si se tratara de una nación propia, que estaría obligado a defender. Polonia, aún con sus diferencias culturales, es una nación católica con lazos mucho más estrechos con el Oeste que Ucrania.  
 
Eso no significa que Estados Unidos y Europa debían entregar a Ucrania sin hacer nada. Es un país democrático que pretendía acercarse al mundo occidental y que fue invadido sin justificación. Algo había que hacer para que no fuera gratis. Brindarle apoyo militar y financiero sin involucrarse directamente en la guerra fue lo correcto. Gracias a ello se frustraron los objetivos iniciales de Putin, que pretendía tomar Kiev, derrocar a Zelensky y poner un gobierno títere. Gracias a ello la ocupación rusa no supera el 20% del territorio ucraniano, cuando en algún momento amenazó con ocupar mucho más que eso.
 
Acá hay otra diferencia muy importante respecto de la Segunda Guerra Mundial. Hitler ocupó la mitad de Europa en un año y medio. Putin el 20% de Ucrania en tres años. El problema es que desde hace muchos meses avanza lenta, pero sostenidamente. Y tiene todo para ganar en un conflicto que se prolongue, porque tiene más población, más ejército, más armamento, más recursos y no depende del apoyo de nadie.
 
Es lógico que Ucrania no esté dispuesta a ceder un quinto de su territorio. Sería profundamente injusto que deba hacerlo. Pero Estados Unidos y Europa tienen que pensar seriamente lo que les conviene hacer en este punto. Con la ayuda que aportaron hasta ahora no alcanza para expulsar a los rusos. Sólo para extender en el tiempo la agonía. Eso significa que si el objetivo es forzar a Rusia a un repliegue, la única alternativa que quedaría es dar un paso más y asumir el riesgo de una confrontación directa con Rusia.
 
Así llegamos a la diferencia más importante de todas: en la Segunda Guerra Mundial no había bombas atómicas. Al menos no hasta Hiroshima. Es la razón por la que no hubo nunca combates entre Estados Unidos y Rusia durante la Guerra Fría. Para atacar a un enemigo que tiene la capacidad de destruirte tenés que estar seguro de que tu propia supervivencia está en riesgo. 
 
Más allá de las palabras de Macron y de la mayoría de los tomadores de decisión en Europa, hay pocas evidencias de que Rusia represente una amenaza existencial para ellos. Sin dudas es un factor de desestabilización, capaz de realizar actos de sabotaje y cosas aún peores. Pero no ha dado ninguna señal de que le interese ir a una guerra con la OTAN. De hecho, una de las razones por las que invadió Ucrania fue evitar que se incorporara a la alianza. Porque sabía que una vez adentro quedaría fuera de su campo de acción. No hay muchas razones para pensar que después de Ucrania seguiría avanzando. Casi todos los otros países limítrofes o cercanos que están de ese lado ya son parte de la alianza atlántica: Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Eslovaquia, Hungría y Rumania.
 
Los únicos que no son Bielorrusia, que ya es un país satélite, y Moldavia, el único que sí enfrenta una amenaza creíble de invasión, porque ya tiene en su extremo oriental una región separatista apoyada por Rusia, Transnistria. Pero para estar condiciones operativas óptimas para invadir Moldavia tendría que quedarse primero con la totalidad de Ucrania. Y si hubiera un cese del fuego que dejara congelado el reparto territorial actual, las tropas rusas estarían muy lejos de Moldavia. 
 
Por eso llama la atención la obstinación europea con apostar a la continuidad de una guerra que es cada vez más costosa y peligrosa para el mundo, y que Ucrania ya no está en condiciones militares de ganar. Una cosa es presionar para que haya un acuerdo lo menos perjudicial posible para Ucrania. Otra cosa es boicotearlo en nombre de frenar a una Rusia que —quedó demostrado— no es la Alemania Nazi. 
 
El riesgo es la profecía autocumplida. Que de tanto involucrarse en el conflicto para contener a Rusia, se termine desatando de verdad la Tercera Guerra Mundial. Y todos lo sabemos: sería la última.

 

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