Con su pluma afilada y su olfato infalible, creó algunos de los programas más icónicos de la televisión argentina. Maestro del humor y la polémica, dejó una huella imborrable en la cultura popular
18:05 | Sábado 08 de Marzo de 2025 | La Rioja, Argentina | Fenix Multiplataforma
El 8 de marzo de 2015, a los 77 años, Gerardo Sofovich se despidió del mundo. Su vida, marcada por la televisión, el teatro y el periodismo, se apagó como el último acto de una obra intensa y vertiginosa. La causa fue un shock hipovolémico producto de una hemorragia digestiva, una consecuencia inesperada de un tratamiento para aliviar los dolores de espalda que lo aquejaban en sus últimos días.
El diagnóstico lo dio el especialista Luis De la Fuente. Según detalló, el productor había sido medicado por un traumatólogo para tratar sus molestias lumbares. Pero el remedio se convirtió en su sentencia. Su organismo, desgastado por años de batallas médicas, no resistió.
La noticia sacudió al mundo del espectáculo. Durante décadas, su nombre había sido sinónimo de éxito, de agilidad mental, de polémicas y de carcajadas inolvidables. Su legado trascendía lo meramente televisivo: Sofovich era un arquitecto de la cultura popular, un tejedor de frases filosas y un estratega de la audiencia.
El 18 de marzo de 1937, en una Buenos Aires de calles empedradas y chalecitos modestos, nacía el hombre que moldearía la televisión argentina con la precisión de un arquitecto. Su destino, sin embargo, no estaba en los planos y cálculos estructurales, sino en las palabras y los guiones.
Gerardo Sofovich en un alto
Gerardo Sofovich en un alto en la filmación de Los Caballeros de la Cama Redonda, acompañado por Javier Portales (FB El recuerdo de Gerardo Sofovich)
Su padre, Manuel Sofovich, periodista y dramaturgo, le heredó un amor insaciable por las letras. Su madre, Regina Levis, sostenía el hogar con la calidez de quien entiende que la vida del artista es un zigzag de bohemia y esfuerzo.
“Papá nos dio tanto a Hugo, mi hermano, como a mí una vida fenomenal, pero de clase media, porque además era un bohemio. Tuvo la oportunidad de hacer mucha plata y nunca le importó. En principio vivíamos en un chalecito en Sinclair, que hoy es una calle cajetilla. En ese momento Sinclair eran tres cuadras. Después venía un terraplén. Eran chalecitos. De ahí nos mudamos a la calle Charcas, ahora llamada Marcelo T. De Alvear, pero para mí sigue siendo Charcas, entre Montevideo y Rodríguez Peña. Donde alquilaba el viejo un departamento en el único edificio de altos que había en toda la manzana”, recordaría Gerardo, quien mientras muchos adolescentes apenas soñaban con su futuro, él ya cursaba la facultad de Arquitectura.
Cuando tenía seis años, la vida le dio un cachetazo: en un paseo se soltó de la mano de su niñera y lo atropelló un tranvía. Le tuvieron que amputar una pierna. Se sobrepuso a fuerza de una resiliencia única. Jamás se victimizó. Al contrario, ese episodio le otorgó más fuerza.
Si eso no bastara, el 3 de junio de 1960, la muerte de su padre trastocó sus planes. Faltaban seis materias para el título, y la promesa de retomarlas quedó en el aire. “Para fin de año estaba haciendo televisión”, diría años después, con la certeza de que el destino no le permitió titubeos.
Desde antes de aquella pérdida, el joven Gerardo ya mostraba destreza en el periodismo. Con solo los fines de semana disponibles, escribía como cronista deportivo en Noticias Gráficas, uno de los vespertinos más importantes de la época. Su pluma era rápida y precisa, como si ya llevara el ritmo vertiginoso del medio que lo consagraría: la televisión.
Gerardo Sofovich, en sus primeros
Gerardo Sofovich, en sus primeros años en televisión
La muerte de Manuel Sofovich no solo lo obligó a cambiar de rumbo, sino que lo empujó de lleno al periodismo. Fue José Gobello, director del diario y fundador de la Academia Argentina de Lunfardo, quien le dio un lugar como redactor. Para Gobello, Sofovich no era un simple periodista, sino el discípulo de su maestro. Así, en una época en la que los diarios de la tarde dominaban las calles porteñas, él se abría paso con su pluma afilada.
Pero no bastaba con un solo trabajo. Un amigo de su padre, socio de una de las agencias de publicidad más prestigiosas del momento, le ofreció otro empleo. Así las cosas, por la mañana escribía en Noticias Gráficas, en Avenida de Mayo y Florida; al mediodía, cruzaba la calle para almorzar en un boliche al paso y, por la tarde, se sumergía en el mundo de la publicidad.
Además, en esa época publicó ilustraciones humorísticas en Tía Vicenta, la revista satírica de actualidad fundada por Landrú. “Me gustaba el dibujo humorístico y el dibujo humorístico mudo, sin textos, a la manera de Saúl Steinberg, el gigantesco dibujante norteamericano. Me encanta dibujar... y también me llamaban del diario El Mundo, otro matutino importantísimo, donde hacía ilustraciones para el suplemento literario”, rememoraría.
Y entonces, como si el destino estuviera dictando su guion, apareció la televisión. Era la televisión en vivo, sin margen para errores, sin repeticiones, sin grabaciones. “No había tape”, recordaría. Todo era inmediato, palpitante, una vorágine que lo atrapó para siempre.
Junto con el elenco de
Junto con el elenco de Operación Ja Ja del año 1981. Carmen Morales, María Rosa Fugazot, Amparito Castro, Luisa Albinoni, Juan Carlos Altavista y Vicente La Rusa
“Me llamaron un día para la continuidad de un show muy importante que había en esa época, que era La hora Fate. Conocí muchísima gente del medio, me fui introduciendo en el medio y presenté proyectos y justamente bueno, después escribí con Juan Verdaguer", explicaría sobre esos primeros pasos en la pantalla chica.
“Verdaguer tenía en ese entonces el programa más importante en la televisión argentina, hacía 50 y pico puntos de rating. Era El hotel, con Nelly Lainez, Maurice Jouvet, Alva Solís... y yo había conocido al representante justamente en La hora Fate y un día estábamos tomando café y me encuentro con Ángel Schujer que era de los grandes representantes de artistas de la Argentina y de México. Me llama aparte y me dice ‘Gerardo, tengo un problema, Juan está con surmenage. Él escribe su propio libretos y necesitaría a alguien que lo ayude. Pensé en usted’. Me pregunta por un par de libretos para que los vea Juan y le digo que para la mañana siguiente lo tenía".
Entonces sucedió lo que todo autor ama: “Hice dos libretos. Al otro día se los llevé a Ángel y nos juntamos con Juan. Los dos libretos salieron tal como fueron escritos, sin cambiar una sola coma al aire”.
Tras una gran temporada con el cómico, “al mismo tiempo me llamaron Emilio Grillo y Eduardo Reina, que dirigían artísticamente Canal 9, ya era el año 1963, y Darío Castell, que era el director artístico de Teleonce. Y entonces ahí salió Balamicina en Canal 9, que fue el éxito del año, y empezó Operación Jaja en el 11″.
Gerardo Sofovich junto con Susana
Gerardo Sofovich junto con Susana Giménez y Jorge Porcel
De Carlitos Balá también recordaría que “podía haber sido un cómico de la estatura de Olmedo, de Porcel, de Altavista, de Calabró. Pero él, cuando terminó el año, me dijo ‘quiero dedicarme a los chicos’. Le dije si era consciente de lo que estaba perdiendo. Me dijo que sí, que quería dedicarse a los chicos. Y ahí empezó su nueva carrera”.
El 31 de marzo de 1964, su vida dio otro giro: por primera vez realizó una grabación en cinta magnética. Fue con Operación Jauja, un programa que marcaría el inicio de su reinado en el medio. La televisión argentina, que hasta ese momento era solo en vivo, no volvería a ser la misma.
El primer año contó con figuras que, en ese entonces, eran rostros emergentes y, con el tiempo, se convertirían en íconos. Pepe Parada, María Rosa Fugazot y Carmen Morales -su futura mujer- formaban parte de ese grupo inicial, junto con un hombre que cambiaría para siempre el humor televisivo: Alberto Olmedo.
“Entró el Negro Olmedo…”, recordaba Sofovich, como quien menciona el inicio de una revolución sin saberlo. El rosarino, que llegaba con el desparpajo de un talento innato, encontraba en Operación Ja-Já su primera gran plataforma. Pero el elenco no se detenía ahí. Vicente “Charola” Quintana, figura del humor de la época, también formó parte de aquellos primeros años.
Gerardo Sofovich y Dady Brieva,
Gerardo Sofovich y Dady Brieva, jugando al Jenga en La noche del domingo
Con el tiempo, se fueron sumando nombres que hoy resuenan como verdaderos pilares del espectáculo argentino. Carlitos Scazziotta, un cómico que en aquel entonces ya era muy popular, aportó su estilo único. Luego llegaron dos figuras que marcarían una era: Juan Carlos Altavista y Javier Portales, dueño de una vis cómica y una presencia escénica que serían fundamentales para el desarrollo del humor televisivo.
Creó formatos inquebrantables. El más legendario, Polémica en el bar, es un ícono de la televisión mundial, un ritual televisivo que, con diferentes intérpretes y épocas, encendió debates en la pantalla. En La peluquería de Don Mateo, capturó el espíritu del argentino de barrio con una comicidad que se ancló en la memoria colectiva.
La vigencia de sus creaciones no se limitó a Argentina. Uruguay y Paraguay adoptaron sus formatos, demostrando que el estilo Sofovich trascendía fronteras. En televisión, no solo reinventó el humor, sino que supo convertir los juegos más simples en fenómenos de audiencia: la pulseada, el balero, el Jenga y el mítico desafío de cortar en dos mitades exactas una manzana eran más que juegos; eran ceremonias televisivas que mantenían a millones de espectadores al filo de la butaca.
Pero no solo transformó la televisión; también dejó su huella en el teatro. Fue un referente de la revista porteña al manejar con maestría la sensualidad y el humor en los escenarios de la calle Corrientes. Ethel y Gogó Rojo, Norma y Mimí Pons, Moria Casán y Nélida Roca pasaron por su batuta, pero su golpe más audaz lo dio en 2004, cuando apostó por Florencia de la V para encabezar Diferente. El éxito fue inmediato, y las funciones de Más que diferente y El champán las pone mimosas consolidaron su ojo vanguardista.
Gerardo Sofovich juega al jenga con Antonio Gasalla
En el cine, su sello era inconfundible. Las películas como Los caballeros de la cama redonda (1973), Los doctores las prefieren desnudas (1973), Los vampiros los prefieren gorditos (1974), La guerra de los sostenes (1976), Camarero nocturno en Mar del Plata (1986) y Johny Tolengo, el majestuoso (1987), entre muchas otras, fueron criticadas por su tono chabacano, pero arrasaron en taquilla. El público lo entendía mejor que los críticos: Sofovich sabía lo que hacía reír a los argentinos.
Su versatilidad lo llevó a formar parte del jurado de Bailando por un sueño, donde su conocimiento artístico quedó al descubierto. Pero fue con Los 8 escalones que sorprendió a todos: detrás del productor afilado y el guionista de fórmulas exitosas, había un hombre con una cultura enciclopédica, forjada en las lecturas infinitas de su infancia y en los viajes que lo enriquecieron a lo largo de su vida.
“¿Le divierte que le pongan la música de El Padrino?”, le preguntó Jaime Bayly en una entrevista. “¡Sí, claro que me divierte! Si eso lo inventé en uno de mis programas porque es un mito divertido. Soy un tipo cálido, tierno y tengo lágrima fácil”, respondió Sofovich. Lo dijo con la certeza de quien conoce el juego, de quien supo construir un personaje sin perder su esencia.
La noticia de su fallecimiento hace exactamente una década sacudió al mundo del espectáculo. Durante años, su nombre había sido sinónimo de éxito, de agilidad mental, de polémicas y de carcajadas inolvidables. Su legado trascendía lo meramente televisivo: Sofovich era un arquitecto de la cultura popular, un tejedor de frases filosas y un estratega de la audiencia.
Gerardo Sofovich En Los 8 Escalones
El lugar elegido para despedirlo no fue casual. Su velorio se realizó en la Legislatura porteña, un reconocimiento que pocas figuras del espectáculo recibieron. En esas horas de despedida se oyeron anécdotas, se compartieron recuerdos y se evocaron momentos en los que su ingenio hizo historia.
El creador de Operación Ja-Já, el hombre que llevó el teatro de revista a la televisión y reinventó los formatos televisivos con Polémica en el bar, había partido. Pero su huella quedó marcada en cada guion, en cada chiste, en cada formato que dejó como herencia.
Su último gran acto fue un aplauso cerrado.