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Con 66 años y sin formación académica, Lilita Baldi convirtió su barrio en un museo a cielo abierto. Utiliza cerámicas, platos rotos y recuerdos donados por vecinos para crear murales que celebran la empatía y la identidad colectiva.
Jueves 03 de Julio de 2025
11:13 | Jueves 03 de Julio de 2025 | La Rioja, Argentina | Fenix Multiplataforma
Lilita Baldi, vecina del barrio porteño de Caballito, ha logrado lo que muchos artistas anhelan: transformar el espacio público en un reflejo de la memoria colectiva y la gratitud comunitaria. A sus 66 años, esta artista autodidacta ha convertido su casa y las paredes del barrio en lienzos vivos, donde cada fragmento de cerámica, espejo o azulejo roto cuenta una historia.
Su incursión en el muralismo comenzó en 2021, cuando una construcción vecina le bloqueó la luz natural. A modo de catarsis, decidió intervenir una de las paredes de su casa con materiales reciclados y objetos personales. Así nació su primer mural, el “Árbol de la Vida”, hecho con juguetes, colgantes y recuerdos familiares. Desde entonces, su arte se expandió más allá de lo privado y se volvió una expresión pública de afecto y pertenencia.
Utilizando la técnica del arte musivo —una forma milenaria de componer imágenes con pequeñas piezas llamadas tesserae—, Lilita crea murales sin bocetos ni proyecciones previas. Cada obra nace del vínculo con los vecinos, quienes le donan objetos cargados de valor emocional. “Todo lo que se les rompa, menos el alma, me lo traen”, reza el cartel que colocó en su puerta, invitando a la comunidad a participar de su proyecto.
Entre sus obras más emblemáticas se encuentra el mural de 120 metros en el Hospital Durand, donde un gran corazón rodeado de cien manos —moldeadas a partir de vecinos y trabajadores del barrio— rinde homenaje al personal médico por su labor durante la pandemia. También destacan el “Muro de las Creencias”, donde cada pieza representa aquello en lo que cree quien la donó, y la “Ciudad del Ratón Pérez”, construida con dientes de cerámica enviados incluso desde el interior del país.
Lilita rechaza cualquier tipo de retribución económica. “La plata contamina el arte”, afirma con convicción. Su motivación es puramente afectiva: devolver a la comunidad un espacio cargado de sentido y belleza. Cada mural es una obra colectiva, un testimonio de inclusión, diversidad y memoria barrial.
Su historia es también una de superación personal. Tras haber abandonado la secundaria por ataques de pánico durante su adolescencia, decidió retomarla a los 50 años en un CENS del Hospital Durand. Hoy, su arte no solo embellece el barrio, sino que también inspira a generaciones enteras a creer en el poder transformador del arte comunitario.
Lilita Baldi ha logrado, con humildad y pasión, que las paredes hablen. Y lo hacen con fuerza, con ternura y con una profunda conexión con quienes las transitan. Su legado es un ejemplo de cómo el arte puede sanar, unir y trascender.
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