Sociedad

La IA “emocional“: qué pasa cuando los adolescentes buscan respuestas en un chatbot

Entre diagnósticos online y chats que responden siempre, muchos adolescentes buscan en la inteligencia artificial lo que no encuentran cerca o no logran expresar. Qué riesgos aparecen y qué posibilidades se abren en esta nueva forma de pedir ayuda.

Sábado 20 de Diciembre de 2025

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17:35 | Sábado 20 de Diciembre de 2025 | La Rioja, Argentina | Fenix Multiplataforma

El dato es contundente: en 2025, el uso más frecuente de la IA generativa es “terapia y compañía emocional”. Lo reveló un artículo de Harvard Business Review, “Cómo la gente realmente está usando la IA generativa en 2025”, en el que el investigador Marc Zao-Sanders analizó más de cien usos reales de la tecnología en foros como Reddit y Quora.

La búsqueda de apoyo emocional encabeza el ranking, en un listado donde también aparecen consultas para ordenar la vida diaria o encontrar un propósito. Y ese giro –del uso técnico al uso humano– ya se ve con claridad en la Argentina: adolescentes que encuentran en los chatbots un ámbito donde hablar, preguntar, descargar angustias o incluso buscar rótulos y definiciones clínicas.

Algunos llegan a un consultorio “convencidos de un diagnóstico que encontraron a través de inteligencia artificial”, cuenta la médica psiquiatra infantojuvenil Silvia Ongini (MN 6921), integrante del Departamento de Pediatría del Hospital de Clínicas y presidenta de CePasi (una organización dedicada a la prevención, detección temprana y acompañamiento de problemáticas de salud mental en la infancia y la adolescencia).

 

“Esos dispositivos están humanizados por ese joven o adolescente que la está pasando mal y que necesita ayuda y no la está encontrando en su entorno más próximo”, advierte. Cuando lo que leen no se corresponde con la evaluación clínica, aparecen resistencias y una sensación de falta que puede profundizarse.

Los especialistas coinciden en que este crecimiento no se da de manera aislada: emerge en una época que privilegia la inmediatez, desalienta la espera y pone en circulación respuestas fosilizadas allí donde antes había tiempo para elaborar lo que dolía.

Una época que prefiere certezas rápidas

El psicólogo Jorge Prado, docente de la Universidad de Buenos Aires y especialista en clínica con niños y adolescentes, lo formula con nitidez: allí donde antes había pausa, duda y trabajo compartido, la inteligencia artificial empezó a ofrecer “certezas rápidas y cerradas”. No es un simple matiz técnico: es un giro crucial en la forma de afrontar el sufrimiento.

“En una cultura que legitima lo instantáneo y un presente cada vez más efímero, se vuelve tentador tomar el camino del atajo para no encontrarnos (o confrontarnos) con el otro”, plantea. Y condensa su preocupación en una idea central: “La IA reemplaza la pregunta del deseo por la lógica de la necesidad”.

El psicólogo y profesor Sebastián Saravia, divulgador en salud mental con fuerte presencia en redes, vincula este proceso, entre otros factores, con la pérdida de autoridad simbólica de los adultos.

“La época actual ha generado la forma de correr del lugar de saber y poder a los padres, y este espacio fue tomado por las aplicaciones”.

Según su trabajo con adolescentes, “actualmente tres de cada cuatro jóvenes usan esta manera de conversación” con chatbots, a los que viven como “la figura del sabio e inteligente”, asequible “las 24 horas”. Y contrasta que, mientras los padres ponen límites, las aplicaciones no aplican frenos. Esa disponibilidad permanente –sin tiempos, sin cansancio y sin conflicto– vuelve a las aplicaciones especialmente seductoras para quienes se sienten apartados, incomprendidos o desbordados.

A toda hora. La IA está asequible las 24 horas. Foto ilustración Shutterstock.A toda hora. La IA está asequible las 24 horas. Foto ilustración Shutterstock.

El terapeuta Marcelo Rodríguez Ceberio (doctor en Psicología por las universidades de Barcelona y Buenos Aires, cofundador de la Escuela Sistémica Argentina) y la psicóloga Carolina Calligaro, especialista en Terapia Sistémica e integrante del capítulo de Salud Mental Digital de la AASM, señalan que los asistentes virtuales y la IA generativa ya forman parte de la vida emocional cotidiana.

Como sus colegas, subrayan que las generaciones más jóvenes “no solo interactúan con personas, sino también con agentes algorítmicos”. Esa presencia introduce un “tercer actor” que incide en la construcción de la identidad, la autonomía afectiva y las maneras de procesar los conflictos dentro y fuera de la familia.

Del servicio técnico al confidente digital

Uno de los puntos más delicados que observan los especialistas es que muchos adolescentes no solo recurren a la IA: la invisten, le adjudican rasgos humanos y la convierten en un interlocutor emocional.

Ongini lo describe con crudeza: jóvenes que están atravesando un momento difícil y requieren ayuda, “proyectan una personificación” sobre los algoritmos, a los cuales atribuyen características “humanizadas”.

Pese a que saben que no hay una persona real detrás, la desesperación o el aislamiento los lleva a confiar en esa interfaz. El intercambio se asemeja a un diálogo, aunque, como asevera la doctora, termina siendo “casi un monólogo”.

Prado suma otra imagen: “¿Nuestras IAs son los nuevos oráculos?”. Su inquietud es que esas respuestas automáticas se vuelvan incuestionables y generen procesos “identificatorios y de alienación que tienden a solidificarse”, porque brindan una imagen “tranquilizadora, pero empobrecedora del trabajo subjetivo”.

Rodríguez Ceberio y Calligaro lo desarrollan desde lo sistémico: la IA reorganiza roles, altera circuitos de confidencialidad y desplaza funciones de regulación emocional que antes estaban en manos de adultos. No reemplaza a nadie, pero desacomoda el esquema familiar.

Riesgos clínicos, subjetivos y familiares

Para Ongini, la primera amenaza es la soledad intensificada. “Estas herramientas no solamente no dan respuestas asertivas sino que también los dejan muy solos”, afirma. En cuadros de depresión severa, ese aislamiento puede ser peligroso. La voz neutra de la IA, que “incrementa la sensación de no salida”, no activa redes de protección. Saravia menciona antecedentes preocupantes en otros países donde algoritmos llegaron a sugerir no hablar con familiares ante pensamientos suicidas.

Hay otro peligro silencioso: la rigidez identitaria. Prado observa cómo etiquetas como déficit de atención, autismo o Asperger circulan “como formas de romantización de la diferencia”, hasta convertirse en identidades de uso cotidiano. “El sujeto se presenta entonces a partir de un rasgo, como si ese rasgo fuera su modo de pertenecer”.

La médica suma un punto crítico: el impacto sobre el criterio de realidad y las funciones ejecutivas, que aún están en desarrollo durante la adolescencia. En ese marco, los adolescentes suelen otorgarle al algoritmo rasgos que provienen de su propia mente: lo cargan de expectativas, suposiciones o cualidades humanas. Cuando esa construcción se desarma, la angustia puede intensificarse.

Saravia resume ese clima de época con una frase de Joseph Knobel Freud: “vivimos en tiempos de niños solos y padres adolescentizados”. Lo ve en su trabajo cotidiano con adolescentes, donde el corrimiento de la autoridad adulta deja un vacío que las aplicaciones ocupan con naturalidad: ofrecen una sensación de saber inagotable que contrasta con la fragilidad –o la ausencia psíquica– de muchos adultos.

 “Vivimos en tiempos de niños solos y padres adolescentizados”, alerta un experto. Foto ilustración Shutterstock.“Vivimos en tiempos de niños solos y padres adolescentizados”, alerta un experto. Foto ilustración Shutterstock.

Qué puede aportar la IA

Ninguno de los expertos propone demonizar la tecnología. Algunos preguntan cómo integrarla, sin que suplante lo humano. En clave de soluciones, piensan cómo estas herramientas pueden ser valiosas si se combinan con presencia adulta, criterio clínico y marcos de cuidado claros.

Rodríguez Ceberio y Calligaro destacan que la IA puede “identificar micro-patrones de comunicación, tiempos de respuesta, secuencias conversacionales y estados afectivos”. Para adolescentes cuya vida relacional ocurre en chats, esa lectura puede brindar al terapeuta indicios que no siempre emergen en la consulta. Hablan de una “capacidad analítica ampliada” que, bien utilizada, permite comprender mejor la co-regulación entre familia, joven y entornos digitales.

Saravia observa además que, para algunos adolescentes, los chatbots funcionan como un “pre-espacio terapéutico”, un terreno donde animarse a hablar de lo que luego podrán llevar a una consulta real. El peligro es que ese tramo intermedio se convierta en destino final. La oportunidad, apuntan, aparece cuando ese uso se transforma en puente hacia un encuentro humano y no en sustituto.

Del lado de los adultos, la inteligencia artificial tal vez podría ofrecer apoyos concretos. Rodríguez Ceberio y Calligaro imaginan cómo podría brindar elementos de psicoeducación, ejemplos de diálogo y estrategias de acompañamiento emocional para familias desorientadas ante la vida digital de los adolescentes.

“Plataformas basadas en IA pueden ofrecer devoluciones respetuosas y no intrusivas sobre patrones emergentes”, proponen. En términos de políticas más amplias, esto implica formar a madres, padres y docentes en lectura crítica de estos entornos y no dejarlos solos frente a lenguajes que los adolescentes manejan mejor.

Todos coinciden en algo decisivo: la IA debe complementar, no reemplazar, el juicio clínico. “Nunca será excluyente el factor humano del psicoterapeuta”, remarcan. La decisión de intervención, la lectura del contexto y la construcción del vínculo terapéutico no pueden automatizarse. El aporte de estas tecnologías solo tiene sentido cuando fortalece y no debilita las redes humanas de sostén.

Lo que no puede tercerizarse

Prado alude a un punto estructural: “la falta ya no es motor de búsqueda, sino una cuestión inadmisible que debe ser anulada de inmediato”. Explica que el deseo solo puede ponerse en marcha si existe un “no hay”, un vacío que habilite las preguntas. Cuando esa zona sin certezas previas se intenta borrar de manera instantánea, se bloquea cualquier posibilidad de elaboración.

Ongini insiste en la centralidad del encuentro real. Aun cuando la IA sugiere consultar a alguien, entiende que no es efectivo si alrededor no hay cercanía humana que sirva de sostén. Para ella, lo imprescindible es “fortalecer las familias y a los niños, niñas y adolescentes” y volver a compartir ámbitos “más allá de los dispositivos electrónicos”. También hace hincapié en la atención ante cambios de ánimo, hábitos o vínculos; y, sobre todo, “no subestimar o devaluar el padecimiento”.

Saravia propone gestos mínimos pero decisivos: sentarse a hablar, preguntar qué hacen los chicos en esos entornos digitales “pero no para castigar sino para realmente saber”. En tiempos en los que muchos jóvenes encuentran en la IA una voz sin juicio, el desafío adulto es reconstruir una escucha que no humille ni ridiculice.

La pregunta que queda abierta

Cuando un adolescente abre un chatbot para hablar de lo que siente, no está buscando solo información: busca un tipo de presencia. Una escucha sin juicio, sin enojo, sin distancia. Algo que, muchas veces, no encuentra cerca.

Por eso la IA avanza: no porque sea mejor, sino porque está ahí, de forma constante. Y porque la época empuja a resolver todo sin demora, sin pausa. En ese clima, la respuesta instantánea parece alivio.

Según Ongini, esas herramientas caen “por su propio peso”: la ilusión de compañía no se sostiene cuando el adolescente necesita contención, criterio o una presencia real, algo que la IA no puede ofrecer. Cuando ese límite aparece, la pantalla deja expuesto el vacío relacional que venía tapando. Ese vacío no es tecnológico: es vincular.

Lo que muestran estas voces no es un conflicto entre humanos y máquinas, sino la fragilidad de los lazos que deberían alojar el malestar. Prado habla del deseo y la falta. Saravia, de adultos “presentes pero ausentes”. Rodríguez Ceberio y Calligaro, del sistema familiar ampliado. Ongini, de jóvenes que se aferran a etiquetas encontradas online para nombrar lo que no logran decir en voz alta.

En todas estas miradas aparece la misma intuición: la IA no desplaza un vínculo pleno. Ocupa un bache que no se colma con alarmas o prohibiciones, y demanda tramas afectivas que sostengan, instituciones que acompañen, adultos que vuelvan a hacer sitio a la palabra.

Entre todos los testimonios y experiencia, emerge una pregunta: ¿qué tipo de presencia necesitan hoy los adolescentes para no quedar solos frente a una pantalla que responde siempre, pero que nunca está?

 

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